"Poner la mano en el fuego"
Significa confiar plenamente en la integridad o la veracidad de alguien o algo, hasta el punto de arriesgarse por ello.
La expresión tiene su origen en las ordalías de la Edad Media, un tipo de "juicio de Dios" en el que un acusado ponía las manos en el fuego para demostrar su inocencia. Si salía con pocas quemaduras, se consideraba que había sido protegido por Dios.

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