Nördlingen, la decisiva victoria de los tercios
españoles sobre el imbatible ejército sueco
En 1634, una hueste de tropas internacionales
católicas, en la que combatieron regimientos hispanos, logró acabar con la
hegemonía protestante en Alemania
Manuel P. Villatoro
Con la pica clavada en tierra, miles de mosqueteros en línea y la sombra de decenas de estandartes adornados con la Cruz de Borgoña. Así combatieron las tropas españolas un día de 1634 cuando batallaban junto a una alianza católica contra miles de soldados protestantes en la ciudad alemana de Nördlingen.
Aquella jornada no sirvió de nada el título de invencible que portaba el ejército sueco, pues, a base de sangre y arrojo, se impuso el morrión hispano.
Pero en
esta batalla no sólo pudo verse una lucha encarnizada por la supremacía
militar, sino que también se enfrentaron dos formas diferentes de hacer la
guerra: la del ejército sueco revolucionaria y novedosa y la tradicional pero
efectiva técnica de combate de los expertos tercios.
Treinta
años de guerra
La
batalla, acaecida en territorio alemán, se enmarca dentro de la guerra de los
Treinta Años, un conflicto latente desde mediados del SXVI que estalló debido,
entre otras cosas, a la rivalidad existente entre los partidarios de la
tradicional religión europea, el catolicismo, y los seguidores del protestantismo una nueva rama de creencias
escindida de la Iglesia católica.
Esas
tensiones enmascaradas se hicieron palpables cuando, en 1618, Fernando
II de Habsburgo ferviente
católico, se convirtió en Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (título
que le permitía gobernar en buena parte del centro de Europa). Al parecer, esto
fue demasiado para la nobleza protestante de Bohemia (actual República Checa),
que decidió deponer al nuevo líder a base de espada para intentar instaurar sus
propias creencias.
Este
conflicto local pronto atravesó fronteras ya que, en poco tiempo, los
contendientes comenzaron a pedir la ayuda masiva de los territorios europeos.
Así, Fernando II no dudó en solicitar la intervención de España, mientras que, por su parte, los
protestantes llamaron a filas a Dinamarca. La guerra había empezado e iba a
dejar miles de muertos.
Tras
décadas de combates, la situación se recrudeció cuando hizo su entrada en el
conflicto la Suecia de Gustavo Adolfo II, un monarca que contaba con un ejército
que usaba técnicas militares revolucionarias y esperaba su momento para hacerse
valer en Europa. Sin duda, se acaba de despertar a un gigante dormido al que
iba a costar derrotar.
La
revolución militar sueca
Y es
que Suecia llevaba varios años perfeccionando y renovando sus técnicas
militares. Gustavo Adolfo redujo la profundidad de la formación de diez a
seis hileras e incrementó su poder de fuego al añadir cuatro piezas de
artillería ligera por cada regimiento», explica el historiador británico Geoffrey Parker en su obra « La
guerra de los Treinta Años».
Pero su
revolución no se detuvo en este punto, sino que también incluyó la
reorganización del ejército en nuevas unidades. «Gustavo Adolfo introdujo
también una nueva unidad táctica, la brigada, formada por cuatro escuadrones (o dos
regimientos) en formación en forma de flecha, con el cuarto escuadrón en
reserva y apoyada por nueve o más cañones», completa el británico.
España
decidió entrar en guerra para no quedar aislada en EuropaA su vez, este
interesado en el arte de la guerra realizó modificaciones en las tácticas
relacionadas con la caballería. Esta solía usarse en el SXVII como una unidad
móvil que, armada con pistolas, acosaba a los soldados de infantería con sus
disparos para retirarse después velozmente a lomos de sus monturas. «Las cargas
de caballería sueca a la espada, rodilla contra rodilla, superaban en el choque
a las de otras caballerías, como la alemana y la española, realizadas con
pistola al trote», determina en este caso el periodista y experto en
historia Fernando Martínez Laínez en su libro « Vientos
de Gloria».
No
obstante, la gran transformación por la que pasaría a la Historia Gustavo
Adolfo fue por la instauración en su ejército de la denominada doble
salva. En
esta táctica, según afirma Parker, «los mosqueteros se situaban en
tres hileras, la primera
arrodillada, la segunda cuerpo a tierra y la tercera en pie». De esta forma, se
conseguía disparar dos veces más plomo sobre el enemigo que con la formación
clásica y, en palabras de los expertos de la época, minar además la moral de
los enemigos.
España
en armas
Sin
dudarlo, el monarca sueco se dispuso a avanzar sobre Alemania, lugar en el que
desembarcó en 1630. A partir de ese momento su moderno ejército no encontró
rival y, como se esperaba, contó todas sus batallas por victorias. De hecho,
tal era su reputación militar que Suecia pronto recibió la ayuda de Francia e
hizo pactos con el ducado de Sajonia-Weimar.
Ni
siquiera la muerte de Gustavo Adolfo en una de las contiendas detuvo el avance
del ejército sueco, ávido ahora de acabar con las fuerzas del Sacro Imperio
Romano Germánico y sus aliados, entre los que se encontraba España. «Madrid
consideró que era obligado decantarse con armas y dinero a favor de la Casa de
Austria, no sólo por vinculación dinástica, sino también por motivaciones religiosas
y políticas. Una derrota aplastante del Imperio habría dejado a España aislada
en Europa», completa Laínez en su obra
Cuadro Ferrer Dalmau
Las
novedosas técnicas suecas convirtieron a su ejército en invencibleLa situación
se hizo definitivamente insostenible cuando el ejército sueco, acompañado de
sus aliados sajones, avanzó sobre el sur de Alemania poniendo en jaque a las
tropas imperiales. Sin tiempo que perder, España comenzó a equipar con picas y
mosquetes a sus tercios, había llegado la hora de combatir y derramar sangre a
favor de los aliados.
Para
ello, se formó en Milán un ejército al mando del cardenal-infante Fernando de
Austria, hermano del rey Felipe IV, con el objetivo de apoyar a las fuerzas
imperiales de Fernando II. «El ejército expedicionario que salió de Milán
integraba una formidable fuerza compuesta por unos 14.000 infantes, 3.000
soldados de caballería y 500 arcabuceros montados», determina Laínez en su
libro.
Llegada
a Nördlingen
Tras
partir, las huestes hispanas lograron tomar dos plazas fuertes enemigas antes
de llegar a Nördlingen, una pequeña ciudad ubicada en el sur de
Alemania que estaba siendo sitiada por tropas imperiales. Así, el 2 de
septiembre de 1634, las fuerzas españolas se unieron a las tropas asaltantes
con la intención de arrebatar el emplazamiento a los protestantes.
Sin
embargo, este objetivo no sería nada fácil de realizar, pues los mandos suecos
y sajones también habían desplazado sus tropas hasta Nördlingen para, de una
vez por todas y a costa de todas las vidas que fueran necesarias, detener la
contraofensiva católica. Aquel día se decidiría el destino de muchos soldados
frente a una preciosa tierra hasta entonces virgen de muerte.
Las
fuerzas hispano-imperiales superaban entonces los 30.000
hombres, de
los cuales unos 20.000 eran de infantería, con 32
cañones. En
esa fuerza se contaban dos tercios viejos españoles, que mandaban Idiáquez y
Fuenclara; cuatro napolitanos; y tres de Lombardía. Además, había dos
regimientos alemanes de infantería bisoños. La caballería contaba con
varios miles de excelentes jinetes, croatas en su mayor parte, señala Laínez.
Por su
parte, el ejército protestante –al mando de Gustav Horn y Bernardo de
Sajonia-Weimar- presentó ante las fuerzas católicas un ejército de 16.300
infantes, 9.300 caballeros y 54 piezas de artillería. Podían ser menos en número, pero sus
temidas y revolucionarias tácticas militares les convertían, sin duda, en unos
enemigos muy difíciles de derrotar.
Disposición
de las tropas
Afiladas
las espadas, abrillantadas las armaduras y preparados los arcabuces ahora sólo
quedaba organizarse para plantar cara a los bravos protestantes. Como explica
Laínez en su libro, cuando amaneció el 6 de septiembre el ejército enemigo se
desplegó al noroeste, entre la ciudad de Nördlingen (ubicada a la izquierda de
su flanco) y un bosque cercano que cubría el lateral derecho de su ejército.
De
forma concreta, el ejército enemigo se encontraba dividido en varios grupos. El enemigo avanzaba dividido en dos alas. La derecha, y más potente, al mando
del general sueco Horn, con 9.000 soldados de infantería y 4.000 jinetes. La
izquierda, que mandaba Bernardo de Sajonia Weimar, incluía 25 escuadrones
de caballería y tres regimientos de infantería, con toda la artillería»,
sentencia el periodista español.
La
«doble salva» permitía descargar una gran cantidad de fuego. Frente a ellos se
hallaban las tropas hispano-imperiales, que tomaron posiciones entre la colina
de Albuch (delante
del flanco derecho de los protestantes) y la ciudad de Nördlingen. En cuanto a
su despliegue, los católicos formaron una línea dividida en tres cuerpos. «El
principal ocupaba la estratégica posición de Albuch flanqueado a derecha e
izquierda por 12 escuadrones de caballería. Detrás de algunos regimientos
alemanes y algunos tercios italianos estaba el viejo tercio español de
Martín de Idiáquez», señala el experto.
A su
vez, el ejército imperial se completaba con las fuerzas del duque de Lorena,
ubicadas a la izquierda de la colina, la caballería a las órdenes de Mathias
Gallas y los jinetes ligeros de Croacia. «El cuerpo de reserva, mandado por el
marqués de Leganés, tenía unos 7.000 infantes y 1.500 caballos», completa
Laínez.
Comienza
la batalla
El 5 de
septiembre y tras un intento frustrado del ejército protestante de tomar
durante la noche una de las posiciones imperiales, los católicos se lanzaron a
la carga desde Albuch, lugar que ofrecía una gran ventaja estratégica y en el
que se libró la mayor parte de la contienda.
En
principio, varios regimientos alemanes pertenecientes al ejército
hispano-imperial se abalanzaron sobre el bosque cercano que cubría el flanco
derecho del ejército enemigo. Sin embargo, fueron detenidos drásticamente por
el fuego de las tropas suecas que, haciendo honor a su entrenamiento, descargaron
una ingente cantidad de plomo sobre los católicos.
La
batalla se centró casi exclusivamente en la colina de Albuch. Ahora les tocaba el
turno a los oficiales protestantes que, conocedores de la importancia de tomar
Albuch, enviaron a su caballería de choque colina arriba con la intención de
obligar a huir a la infantería católica. Eran momentos tensos, pues, a pesar de
que uno de los tercios napolitanos logró resistir el fuerte envite, el enemigo
comenzaba a abrirse camino a base de espadazos.
«Los
suecos estaban a punto de cantar victoria cuando estalló un almacenamiento de
pólvora abandonado por los católicos en su retirada. La devastadora explosión
tuvo un efecto inesperado y provocó cientos de muertos en las filas
protestantes», destaca, en su obra, el experto español. Esa explosión, casi
venida del cielo, dio además algo de tiempo a las tropas católicas para
reorganizar sus filas y prepararse para la defensa.
Tácticas
improvisadas contra ingeniería militar
En las
horas siguientes, los protestantes hicieron acopio de todas sus nuevas tácticas
militares para derrotar al ejército imperial. Así, las continuas descargas de
mosquete comenzaron poco a poco a hacer mella en los tercios españoles e
italianos, que, con el paso del tiempo, empezaron a acusar las bajas.
Sin
embargo, los oficiales enemigos no contaban con el ingenio latino de los
tercios hispanos e italianos. «Los veteranos de los tercios improvisaron una
eficaz y arriesgada maniobra. En el instante de la descarga se
agachaban para evitar las balas. A continuación, arcabuceros y
mosqueteros recomponían la formación y hacían fuego demoledor casi a
quemarropa. Luego se protegían tras las filas de picas», sentencia Laínez.
En las
horas siguientes, los tercios, entre los que sobresalió uno de los españoles,
tuvieron que hacer frente a las continuas acometidas protestantes. Sin embargo,
y aunque no contaban con nuevas y revolucionarias tácticas, tenían de su parte
la experiencia de decenas de batallas a lo largo y ancho de Europa, algo que
les acabó dando la victoria.
Avance
sobre el bosque
Mientras
en el flanco contrario los protestantes estrellaban inútilmente su caballería
contra las tropas imperiales, el grueso del combate seguía situándose cerca de
la colina de Albuch. Allí, una parte de la infantería española, avivada por la tenaz resistencia llevada
a cabo hasta ese momento, cargó contra los protestantes
situados cerca del bosque a
pica y espada.
Los
tercios españoles demostraron que todavía eran una potencia en Europa. Horas
después la experiencia comenzó por fin a ser una ventaja y los defensores
protestantes del bosque dieron un paso atrás. Tras una inmensa cantidad de
horas sudando por su país, acababan de firmar su sentencia de muerte con tan
solo ceder unos metros de terreno. Y es que los oficiales católicos no dudaron
y enviaron la infantería española que quedaba protegiendo la colina de Albuch
en un cruento ataque final.
Eran
las 12 del mediodía cuando, superados en todos los frentes, los protestantes
soltaron sus armas y tocaron a retirada. Al final, las revolucionarias
estrategias del ya fallecido Gustavo Adolfo no habían podido contra miles de
picas clavadas en tierra. El tiempo de los tercios llegaría a su fin pero, sin
duda, no sería en aquel día.
Rocroi, el último Tercio. Por Ferrer Dalmau
Muertos
y más muertos
Una vez
acabada la contienda se procedió a examinar los cadáveres y contar los
fallecidos. «Al anochecer unos 12.000 protestantes yacían muertos en el
campo de batalla y 4.000 más, entre ellos Gustav Horn, habían sido hechos
prisioneros. Nördlingen cayó inmediatamente y los restos del ejército
derrotado, bajo el mando de Bernardo de Sajonia-Weimar, se retiraron a
Alsacia», señala, en este caso, Parker. Por su parte, los católicos, que habían
conseguido un gran triunfo y se habían sobrepuesto a la modernidad, tuvieron
que llenar casi 2.000 ataúdes.
ABC hISTORIA
No tenemos ni puñetera idea de lo grande que llego a ser España en el mundo; Y que ahora unos cuantos gilipollas, estén intentando convertirnos en república bananera, no lo entiendo como tampoco entiendo que sea el mismísimo presidente el que lidere a esos macacos de feria.
ResponderEliminarY que en España haya imbéciles que reniegan de nuestro glorioso pasado, es para morirse de la risa.
ResponderEliminar