Los Mantos de
la Virgen del Pilar
La Virgen del Pilar posee una extraordinaria colección
de mantos que la piedad popular ha ido tejiendo a lo largo de la historia en
torno a esta entrañable devoción de Nuestra Señora.
Los orígenes de la costumbre de exornar y enriquecer
con mantos el conjunto de la Imagen y la Columna no son muy concretos, pero a
lo largo de la historia se ha ido dejando constancia de ello. Lo cierto es que
apoyándonos en los documentos que se conservan en el Pilar, la Virgen ya en 1504
se vestía con manto, y en 1577 se tenían catalogados 72 mantos de Nuestra
Señora.
Los mantos son prendas no muy grandes en forma de
trapecio circular de 40 cm. el arco superior y 140 cm. el inferior, y una
altura de 80 cm. No dejan de ser ofrendas nacidas del amor y la devoción a la
Santísima Virgen María, cuyo valor trasciende lo puramente material, encerrando
en sí mismos una historia o un sentimiento que motiva al donante a realizar su
ofrenda.
Dentro de estos parámetros, existen mantos de variados
soportes (tisú, terciopelo, raso de seda, damasco, brocado, cuero, papel),
realizados con distintas técnicas (bordado, pintura, repujado, bolillo,
ganchillo, pedrería, esmaltes), de diferentes colores (blanco, verde, rojo,
azul, morado, amarillo, rosa, dorado, plateado, marrón, negro, reproduciendo
banderas, estampados) y donados por diversos oferentes (personas individuales,
familias, empresas, hermandades y cofradías, instituciones políticas o culturales,
etc,)
En cuanto a la colocación de los mantos, no ha sido
siempre la misma. En un principio, cuando los mantos no tenían una forma
definida, se colocaban directamente sobre la cabeza de la Virgen, cubriendo
toda la imagen excepto las caras de la Madre y el Niño. Más adelante se pasó a
colocar los mantos cubriendo la Columna y parte de la imagen, cayendo en forma
de campana. Esta disposición estuvo vigente durante muchos años, por eso es muy
fácil encontrar grabados, dibujos, pinturas y estampas de la Virgen del Pilar
vestida de esta forma.
A partir del siglo XVIII, tras varios intentos de
rebajar esta costumbre por algunos canónigos que veían indigno ocultar el
conjunto de la Imagen y el Pilar, no se atrevieron a abolirla ateniéndose a su
antigüedad, pero sí empezaron a colocar los mantos más bajos de modo que al
menos la imagen de la Virgen quedase completamente descubierta, tal como ha
llegado a nuestros días.
Actualmente todas las noches, una vez cerrada la
Basílica-Catedral, el Capellán de la Virgen accede al camarín, retira el manto
que la Virgen ha lucido durante el día y procede a colocar el que vestirá al
día siguiente. El manto queda apoyado en una estructura de duraluminio forrada
de raso morado, llamado “poyero” o “portamanto”, y queda sujeto al pilar
mediante unas cintas que llevan cosidas todos los mantos en sus extremos
superiores. Habitualmente se decora el arranque superior del manto con un
embellecedor metálico, a modo de “ceñidor”. Concretamente, la Virgen dispone de
dos: uno realizado en plata repujada con incrustación de piedras preciosas y
esmaltes reproduciendo escudos, y otro labrado en oro y piedras preciosas.
Pero no sólo se han adornado los mantos con estos
particulares embellecedores. Era práctica antigua, al menos desde el año 1702,
la de prender joyas de todo tipo sobre los mismos. De este modo se colgaban
broches, collares, cruces pectorales, etc, sobre la superficie del manto.
Constancia de este uso es el “manto del cabildo” , una pieza realizada en
terciopelo blanco ricamente bordado en oro que contiene espacios sin bordar
para adornarlos con joyas; o la hermosísima cruz pectoral que donó en 1720 Don Lorenzo
Almenguar de la Mota a la Virgen del Pilar, expresamente con el deseo de que la
luciera colocada sobre su manto. Desde 1970 no se adornan los mantos con joyas.
También existe una norma para la colocación de los
mantos, ésta es respetando los colores que marca la liturgia de la Iglesia,
excepto en festividades concretas, entre ellas pueden citarse: San Jorge, San
Valero, Santa Cecilia, La Asunción de María, Cristo Rey, La Inmaculada,
Navidad, Jueves y Viernes Santo, Solemnidad del Pilar, Pascua de Resurrección,
Santísima Trinidad, San Pedro, Santiago Apóstol, etc; y en ocasiones especiales
como: El triduo y fiesta de la Corte de Honor, de la Adoración Nocturna, la Guardia
Civil, músicos, agentes de la propiedad inmobiliaria, bomberos,
telecomunicaciones, el Jueves Sacerdotal de cada mes, la visita de la familia
real, la presentación ante la Santísima Virgen de los caballeros cadetes,
aniversario de las fundaciones de órdenes religiosas ligadas al Pilar, etc.
Además, el color rojo también se reserva para las fiestas de Santos Mártires, y
los mantos de países hispanoamericanos son usados el día de la fiesta nacional
de cada país.
Generalmente el pilar es revestido con uno de los
innumerables mantos que atesora la Virgen, pero existen varios días en el año
en los que se descubre para la veneración de los fieles. Estos días son los 2,
12 y 20 de cada mes excepto el 12 de Octubre, en el que luce el manto llamado
“del Cabildo”, y el 20 de Mayo.
En estos días se conmemoran las fechas más señaladas de la devoción pilarista:
La Venida de la Virgen a Zaragoza el 2 de Enero del año 40, La Solemnidad del
Pilar el 12 de Octubre y La Coronación Canónica de la Virgen del Pilar el 20 de
Mayo de 1905.
El día 19 de Octubre también se descubre
la columna por tratarse de la Octava del Pilar.
Desde 1677 algunos de estos mantos adquieren otro
valor más, especialmente los de sencilla factura. Y es que después de ser
“vestidos” por la Santísima Virgen del Pilar, se han prestado a quien los desee
con la finalidad de cubrir un servicio caritativo para los enfermos como prenda
de amor, protección y acompañamiento de Nuestra Señora como “Salud de los
enfermos”, tal y como recitan las letanías. De este modo se asegura la
presencia de María en el transcurso de sus enfermedades y hasta el final de las
mismas, de modo que si resultan incurables, puedan recibir incluso el maternal
abrazo de la Virgen en su lecho de muerte. Prueba de ello son la gran cantidad
de esquelas en las que figura la leyenda: “falleció bajo el manto de Nuestra
señora del Pilar”. En la Sacristía de la Virgen de la Catedral-Basílica
Zaragozana, se encuentra el libro de registro que atestigua los mantos que son
cedidos y su devolución.
Entre 1941 y 1983 se confeccionaron varios mantos para
tales fines, usados previamente por la Virgen. Pero es tal la demanda de estos
mantos por los devotos de Nuestra Señora, tanto de Zaragoza como del resto de
España y extranjero, que se quedaron insuficientes. Por eso en las últimas
décadas se crearon las llamadas “Medidas de la Virgen del Pilar”, unas
cintas de tela, de tantos colores como mantos tiene la Virgen, que se pueden
adquirir únicamente en la Catedral-Basílica del Pilar de Zaragoza, cuya longitud
es la medida exacta de la imagen de la Virgen, y que desempeñan la misma
función de recordar la entrañable presencia y el patrocinio de Nuestra Señora
sobre sus hijos en todo momento. Como dato curioso, es muy habitual ver estas
cintas atadas en los espejos retrovisores de los coches.
En la actualidad la Santísima Virgen del Pilar posee
más de 450 mantos y cada uno es prueba fidelísima del amor y la veneración que
sus hijos profesan a la Virgen María.
www.catedralbasilicadelpilar.es