La morera de la Cárcel de Torrero
Hoy había un ligero vientecillo en Zaragoza, probablemente eso habrá
ocasionado la caída de la morera que había en la puerta de la antigua cárcel
de Torrero, en la Av. América de Zaragoza.
Esa morera fue para mí en mi
infancia, algo que recuerdo cada vez que viene la temporada de moras.
Era la que mejores moras tenía
en toda la Avenida, e íbamos a pedirle al guardia de la puerta que nos dejara
subir a ella para comer las enormes moras que producía. Pero fue imposible,
nunca nos dejo subir y las moras negras caían a nuestros pies y se espachurraban
contra la acera de la puerta principal de la cárcel de Torrero.
Calculo que la morera tendrá
unos cien años, creo que las pusieron a ambos lado de la Av. América cuando
adoquinaron la calle y arreglaron las aceras.
Hoy la he visto derrumbada en la calle, como si la hubiese partido un
rayo, pero no había tormenta, creo que han sido los años y eso me ha marcado el
día.
En fin tendré que recordar otra cosa de mi infancia, aunque cada
vez que pase por la puerta de la cárcel de Torrero, mirare hacia arriba, por si
me cae una mora.
La cárcel de Torrero
La cárcel
del barrio de Torrero fue inaugurada en plena Dictadura de Primo de Rivera, en
octubre de 1928.
La cárcel venía a aliviar
la situación de hacinamiento en los espacios penitenciarios de la ciudad, ya
que la cárcel de Predicadores no estaba preparada para el número de presos que
albergaba y a veces se tenía que recurrir a la antigua prisión medieval situada
en el castillo de la Aljafería. Las primeras décadas del siglo XX fueron
décadas duras caracterizadas por las luchas sociales y la violencia, a pesar de
esta nueva cárcel se tuvo que seguir recurriendo a las viejas prisiones debido
a la gravedad de muchas de las insurrecciones que plantearon los vecinos de
Zaragoza. También durante la Guerra y principios de la Dictadura, la gran
represión franquista hará que se tenga que usar la cárcel de Predicadores, es
este caso para las presas republicanas.
La cárcel de Torrero está
vinculada a la represión de los movimientos revolucionarios, en especial los
anarquistas. Durante más de 70 años, por la prisión pasaron presos comunes y
miles de presos políticos. En 1931 acogió a decenas de hombres detenidos por
toda la provincia por intentar sumarse a la insurrección que Galán y Hernández
lideraron desde Jaca. Especialmente virulenta fue la represión de la “huelga
revolucionaria” de diciembre de 1933, con epicentro en Zaragoza y que no sólo
produjo decenas de detenidos durante los 7 días en que se produjeron
altercados, sino que la represión y las detenciones se prolongaron durante
varias semanas, dando lugar a un gran problema de hacinamiento en la prisión
por lo qué fue necesario usar la Aljafería para dar cabida al importante número
de detenidos. Otro momento de gran protagonismo de la cárcel de Torrero fue en
octubre de 1934, cuando tras el fracaso de la “huelga revolucionaria”, esta vez
de tendencia socialista, cientos de personas, hombres y mujeres fueron detenidos.
En noviembre de ese año, casi 400 personas se hacinaban en una cárcel
construida para no más de 160 personas. La Guerra Civil será el contexto para
un escenario cruento entre los muros de esta prisión, donde miles de presos
serán ejecutados en las tapias del cementerio cercano e incluso en el interior
de la prisión se ejecutó a presos a “garrote vil”. Todo ello se relata en la
obra de Gumersindo de Estella se refiere a este Cuartel en su obra “Fusilados
en Zaragoza 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos.”En esta
obra, Gumersindo da cuenta del hacinamiento:
“Por aquella época gemían en la cárcel de Zaragoza
cinco mil doscientos hombres y ochocientas mujeres, en una cárcel construida
para doscientos cincuenta. En muchas celdas individuales estaban encerrados
dieciocho presos.”
Durante la Dictadura por
sus celdas pasaron destacados dirigentes sindicalistas y políticos, miles de
simpatizantes y militantes de partidos políticos y sindicatos de izquierda,
cientos de maquis, que fueron detenidos en el monte durante los años 40,
homosexuales, que eran encerrados a través de la Ley de Vagos y Maleantes, y
cientos de personas. Ya en los años 90 los insumisos fueron los protagonistas
de otra gran lucha social que llevo hasta esta cárcel a decenas de ellos, en
algunos casos con resultados muy negativos.
La cárcel fue empezada a
demoler un 18 de julio de 2005.
Gumersindo de Estella nos describe espacios de la cárcel y alguno de las ejecuciones que en ella fue testigo:
Gumersindo de Estella nos describe espacios de la cárcel y alguno de las ejecuciones que en ella fue testigo:
“E inmediatamente se abrió la pesada mole férrea.
Atravesamos un patio, pasando un puentecillo que se extiende sobre el foso; y
llegamos a otra puerta de hierro con verjas. Un funcionario, al vernos, la
abrió antes de que llamáramos. Y ya estábamos en un vestíbulo, planta baja. A
la izquierda veíase la puerta de la sala de los jueces. En frente, la puerta
que da acceso al interior de la cárcel. A la derecha, tres puertas más; una es
del locutorio de abogados; otra de salita de identificación, otra de la
escalera que conduce al departamento de mujeres reclusas. Yo entre en la sala
de jueces que se había convertido en capilla. En la pared sobre la mesa de
altar había un retrato de Franco y debajo de este un crucifico y a ambos lados,
dos velas.”
Una de las formas de ejecución más crueles era el “garrote vil”, método que estuvo vigente
en el estado español hasta 1974 con la ejecución del anarquista Salvador Puig.
Las paredes de Torrero también fueron testigas de la brutalidad de este método:
“Y le toco el turno al de Castelserás. Salimos de la
capilla (…) doblamos la esquina del edificio de la cárcel. Allí vi una silla.
Detrás de ella un poste; y en el poste el artefacto del garrote vil colocado a
la altura del respaldo de la silla. A una seña del director, sentose el reo. Metió
la cabeza entre las cuatro barras de hierro brillante y engrasado. El verdugo,
que esperaba detrás de la silla, le cubrió el rostro con un pañuelo (…) El reo
había sido atado al poste con una fuerte correa ancha. El verdugo se echó con
fuerza sobre el manubrio doble. Al girar éste, la barra que estaba en contacto
con la nuca del infeliz reo se deslizó hacia delante con violencia, sujeta
entre dos planchas laterales. La garganta crujió, como si se preparara para
echar saliva. El cuerpo del infeliz trepidó. El cuello quedó reducido, casi al
instante, al tamaño de un par de centímetros, pero largo por ambos lados a
izquierda y derecha. Y …el reo quedó inmóvil y en silencio lúgubre. La cara la
tenía amoratada. La lengua que salía de la boca varios centímetros, estaba
negra. Y negras iban quedándose las extremidades de los dedos de ambas manos.
De los dos lados del cuello brotaron algunas gotas de sangre con grasa por
haber reventado la piel y tiñeron el hierro fatal.
Para que acabase de morir lo tuvieron en el garrote
sin aflojar la barra, unos trece minutos”
Esta víctima que se
apellidaba Martín no fue la única ejecución a la que asistió el padre
Gumersindo, que también detalla la de un preso de Tarragona llamado Estaban . La labor de Gumersindo era conseguir la confesión de
los ejecutados para lograr su salvación divina y su diario muestra la
preocupación por conseguir dicho objetivo, dividiendo en su diario a los que
aceptaban la confesión de los que se mantenía fieles en sus ideales hasta el
final. Para conseguir este objetivo, el padre Gumersindo llevó a cabo actos que
son poco éticos como en el caso del vecino de Castelserás relatado
anteriormente. Martín estaba concentrado en escribir una carta con unos versos
de despedida a su madre, pero no recordaba los versos, concentrado en buscar
dichos versos dejaba pasar el tiempo sin confesarse ante la preocupación de
Gumersindo al ver que se acercaba la hora y no se había confesado, Gumersindo
hizo traer de su convento a un fraile que conocía el pueblo de Martín, y con
las siguientes palabras exhortó al reo a dejar la carta y a confesarse;
“Déjate de cartas. Yo no puedo conseguir que un buen
cristiano de mi pueblo se vaya al otro mundo sin confesión. ¡Hala¡!Siéntate
aquí¡ Pronto, pronto. Qué los guardias necesitan su tiempo.”
Gumersindo y su compañero
consiguieron la confesión, la madre de Martín se quedó sin los versos de
despedida de su hijo.
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