Bailén, la batalla donde Napoleón fue cruelmente humillado por el Ejército español
El 19
de julio de 1808, las tropas de Bonaparte sufrieron en Andalucía su primera
derrota de la historia en campo abierto
MANUEL P. VILLATORO
Un día como hoy, aunque hace nada menos
que 205 años, las tropas españolas lograron un hito que ningún otro ejército había conseguido antes:
vencer a las fuerzas de Napoleón en combate abierto. Aquella jornada, bajo un
sol de justicia andaluz que acosaba a los soldados con una temperatura de 40 grados, las
huestes del «pequeño corso» nada pudieron hacer contra los briosos hispanos
que, a mosquete y espada, defendieron el pequeño pueblo jienense de Bailén del
invasor.
Ese 19 de julio de 1808 los españoles no
sólo humillaron a las altivas tropas napoleónicas mediante un ejército formado
por multitud de milicianos, sino que también lograron dar un golpe de efecto
que marcaría
el principio del fin de la ocupación francesa en
España. Así, la batalla de Bailén quedaría grabada con tinta indeleble en la
Historia.
Corrían malos tiempos para España en los
inicios del s. XIX. Todo había comenzado con un pequeño megalómano, Napoleón
Bonaparte, quien, después de subir al poder en Francia años atrás, asumió como
suya la tarea de dominar una buena parte de Europa y derrotar al gran enemigo de su Imperio: Gran
Bretaña.
Tras caer en la cuenta de que no podía
asediar a la indomable Albión por mar, el corso prefirió pasar a una táctica
menos invasiva: bloquear
el comercio de Reino Unido. Sin embargo, para que esta idea se
sucediera a la perfección, Bonaparte debía conquistar Portugal, una región
tradicionalmente aliada de los ingleses y que no se plegaría sus deseos.
Una
trampa mortal
Pero para llegar hasta Portugal una tierra
se interponía en el camino de Napoleón, España. Por ello, en 1807 el francés
firmó con Godoy –valido del rey- el Tratado de
Fontainebleau, mediante el cual logró obtener el
permiso para atravesar con más de 100.000 hombres el territorio hispano.
El macabro plan de Napoleón había
comenzado. Y es que, en su paso a través de España, el disciplinado ejército
francés fue ocupando diferentes ciudades hasta llegar a Madrid. Así, lo que en
un principio comenzó como
un permiso de paso, acabó convirtiéndose en una invasión a gran escala. A su
vez, las intrigas políticas del «pequeño corso» –que consiguió finalmente dar
el trono español a su hermano- terminaron por minar la paciencia de la
población que, a partir de mayo,
comenzó a levantarse contra los casacas azules.
Así, se iniciaron una serie de revueltas
por todo el territorio a base de rastrillo y cuchillo en contra del águila
imperial. Tocaba defender el territorio del invasor y, ante la escasez de
tropas regulares, el
pueblo no dudó en proteger cada palmo de tierra hispana con su sangre.
Además, a lo largo y ancho de toda España, los defensores se fueron
constituyendo en pequeñas
juntas locales –encargadas de organizar la resistencia
contra Francia- ante la destrucción y la inactividad de los organismos
centrales.
Camino de Andalucía
Sin embargo, en casi toda España comenzaba
a imponerse el entrenamiento de los soldados galos que, mejor pertrechados,
plantaban cara con osadía a cualquier levantamiento local. Por ello, con el
centro y el norte asediados, Napoleón no tardó en plantearse la conquista del
sur de la Península.
«Confiado en el éxito inmediato de la
ocupación, Napoleón ordenó al general Pierre Dupont de l'Etang que ocupara
Córdoba y avanzara hacia Sevilla y luego a Cádiz. El objetivo era rescatar a
una escuadra francesa allí bloqueada desde la batalla de Trafalgar y hacerse
con el control de los puertos andaluces, al tiempo que amenazaba Gibraltar»
señala el escritor y periodista Fernando Martínez
Laínez en su obra «Vientos de
gloria».
Tras tomar el norte y el centro, Napoleón decidió ir a Andalucía
Para cumplir esta misión, los franceses
enviaron unos
9.000 soldados de infantería, a los que los que se sumaron unos 4.000 hombres
montados (entre coraceros –la caballería de élite
del ejército galo experta en ataques cuerpo a cuerpo- y dragones –jinetes
armados con mosquetes-). Al mando de esta fuerza estaba Dupont, uno de los
generales más destacados y fiables del «pequeño corso».
No obstante, la campaña andaluza salió muy
cara a los franceses que, acosados por los guerrilleros y el hambre,
decidieron asentarse en Andújar (ubicada a 28 kilómetros de Bailén) con la
intención de esperar refuerzos. Con todo, prefirieron dejar su sello de
destrucción arrasando
y saqueando Valdepeñas y Córdoba. Sin
embargo, lo que no sabían los soldados del águila imperial es que los españoles
les harían pagar cada gota de sangre derramada.
Una vez llegados sus refuerzos, Dupont
levantó la cabeza con orgullo al saber que contaba a sus órdenes con 34.000 hombres divididos en cinco
divisiones. Para facilitar la organización de
este ejército tan numeroso -como bien explica el escritor y experto Francisco
Vela en su obra «La batalla de
Bailén. El águila derrotada» -
el galo entregó cada una a un oficial. Entre ellos destacaba el General de
división Vedel, un militar que se había ganado sus galones y el favor de
Napoleón combatiendo contra los austríacos varios años antes.
A su vez, el francés sabía que de su lado
estaba, además del gran número de soldados galos, la experiencia de los mismos.
De hecho, se creyó tranquilo al conocer que combatiría al lado de un buen
numero de sanguinarios coraceros y un batallón de marinos de la guardia
imperial (una de las unidades de élite de la infantería imperial).
El levantamiento andaluz
Por su parte, y ante el peligro que se
cernía sobre la patria, España llamó a filas a los ciudadanos, que se sumaron
las escasas tropas regulares existentes. «Tras el levantamiento madrileño del
2 de mayo, que se extendió prácticamente a España
entera, las Juntas de Sevilla y Granada comenzaron a formar dos ejércitos que
deberían unirse en
algún punto de Sierra Morena para
detener a los franceses», explica Laínez.
Una buena parte del ejército español estaba formado por milicia
Así, los defensores consiguieron reunir
una fuerza equiparable a la de los crueles «gabachos» al contar con 30.000 soldados. Sin
embargo, más de la mitad del ejército estaba formado por milicianos que,
aunque tenían en su interior el ardor propio de un militar español, carecían de
experiencia en combate. Con todo, cada uno sabía que plantaría cara al invasor
francés hasta la última bala de mosquete.
Al mando de la fuerza se destacó el general Francisco Javier
Castaños. Éste, a su vez, decidió dividir a sus
hombres en tres columnas, como bien explica Laínez en su obra: «La primera,
con 9.450
hombres, al mando del mariscal de campo de origen
suizo Reding. […] La segunda, mandada por el mariscal de campo belga marqués de
Coupigny [contaba] unos
8.000 hombres. […] La tercera columna, compuesta de dos
divisiones al mando de los tenientes generales Félix Jones y Manuel La Peña
[disponía] de 12.000
hombres de las milicias provinciales. […]
Además, se contaba con una
“columna volante” que mandaba el coronel Juan de la Cruz con
unos 2.000
hombres, casi todos voluntarios».
Tras una serie de pequeñas escaramuzas
iniciales entre ambos contingentes, el día 17 de julio de 1808 se
realizaron una serie de movimientos que marcarían directamente el resultado de
los combates. Todo comenzó el 16, jornada en que Dupont –ubicado en Andújar-
envió a la división de Vedel hacia el entonces insignificante pueblo de
Bailén con
órdenes de plantar cara a las tropas de Reding, a las
que se suponía defendiendo el lugar.
Pero el general francés encontró este
minúsculo pueblo vacío. ¿Qué había podido suceder? Casi sin
tiempo para pensar, en la cara de Vedel se pudo adivinar una expresión de
terror. Y es que, la posibilidad más lógica era que la división española
hubiera partido hacia Despeñaperros (un paso a través de las montañas en
dirección a Madrid) para cortar una posible retirada francesa.
«En esta ocasión todo el equívoco parte de
las informaciones dadas por el paisanaje a los franceses, en especial por un
alemán afincado en el pueblo, el cual le confirmó el paso de tropas enemigas
encabezadas por los Dragones de Lusitania, lo que acabó por confundir a Vedel
que vio cómo fuerzas regulares le sacaban ventaja en la carrera por llegar a
Despeñaperros», explica en su libro Vela.
Velozmente, Vedel inició la marcha hacia
las colinas dejando atrás el verdadero teatro de operaciones. Sin embargo, este
no fue el único error que cometieron los franceses, sino que, además, enviaron
a otro de sus generales con una considerable cantidad de tropas hacia dos
posiciones ubicadas en la sierra.
El curioso encuentro
Mientras, el altivo Dupont continuó
esperando despreocupado en Andújar creyendo inocentemente que su experimentado
ejército podría hacer frente a cualquier hueste formada por los españoles. Al
parecer, nunca
tuvo demasiado respeto a un ejército que, según sus palabras, carecía de
instrucción y disciplina.
Días después, y ante la falta de noticias,
Dupont dio un giro radical a su plan de operaciones y partir hacia Bailén, en
el cual creía que había solo un pequeño contingente de tropas españolas. Todo
cambió cuando, en la
noche del día 18, sus exploradores le informaron de que a
las puertas del lugar le esperaban nada menos que 14.000 soldados enemigos: las
divisiones de Reding y Coupigny movilizadas días antes por Castaños.
A los españoles, por su parte, también les
cogió por sorpresa el encuentro, pues sabían que, aunque eran superiores en
número a las tropas francesas, no contaban con la experiencia suficiente para
vencer al poderoso ejército galo. No obstante, y a pesar de esta curiosa
sorpresa de verano, ambos bandos se prepararon para la batalla.
Ahora sólo quedaba ganar tiempo hasta que
llegaran los
refuerzos: Vedel por parte de los franceses y
Castaños por el bando español.
«Como se puede comprobar, de todo esto
deducimos que ambos
bandos se encontraban mal informados sobre
las fuerzas y posiciones respectivas y que se dirigían a una batalla de
encuentro. Ni Dupont sabía que se iba a topar con Reding ni éste que se le
echaba Dupont encima. Aquel tenía su retaguardia amenazada por las dos
divisiones de Castaños, y Reding amenazada la suya por Vedel», completa el
autor de «La batalla de Bailén. El águila derrotada».
¡A formar la línea!
Tras el primer contacto con las unidades
de exploración francesas –aproximadamente a las tres de la madrugada del día
19-, los españoles dieron comienzo a una alocada carrera contra el tiempo para
formar su línea defensiva. El ejército, ahora al mando de Reding, tuvo que
organizar a dos divisiones que incluían, según Vela, a unos 12.600 infantes (armados
principalmente con mosquetes) y 16 piezas de artillería. A su vez, la fuerza contaba con el apoyo
de casi 1.200
jinetes, entre los que había varias unidades
de los
famosos garrochistas (pastores que, diestros en el uso de la
lanza, se incorporaron a filas para combatir al invasor francés).
Con varias tretas, los defensores lograron la retirada de la caballería
gala
Para hacer frente a los galos, las tropas españolas
formaron a las afueras de Bailén. «Al
amanecer, el ejército español se desplegó en forma de arco o herradura abierta
con los extremos apoyados en los cerros Valentín, al norte, y Haza Walona, al
este», completa el autor español en su obra.
En vanguardia se situó la infantería
formando una consistente fuerza de choque a base de mosquete y bayoneta. Como
apoyo, se intercalaron varias piezas de artillería con las que aplastar las
formaciones francesas. En segunda línea, Reding ubicó varias unidades de infantería de reserva además
de algunos regimientos de caballería con un doble objetivo: apoyar a los
cañones y flanquear al enemigo.
Por su parte, el experimentado Dupont
contaba a sus órdenes con unos 8.000 infantes (entre los que se encontraban los marinos
de la guardia imperial), unos 2.000 jinetes (sumando a coraceros y dragones) y 23 cañones. Como
siempre, la fuerza de los franceses la componía principalmente la caballería pesada, que
solía ser usada como un martillo en contra de las formaciones enemigas.
Como era de esperar, Dupont ordenó formar
con un sólido bloque de infantería en el centro, la temible caballería en los flancos
y varios cañones como apoyo (estas de menor potencia que las españolas). Con
las piezas dispuestas para la partida de ajedrez, ahora todo quedaba en manos
de la resistencia, la valentía y la tenacidad de los soldados.
Comienza la batalla
La contienda comienza bajo un caos total,
pues eran las tres de la mañana y la oscuridad todavía no había abandonado
Bailén. «Entre
las tres y las cinco de la madrugada lo único claro es que no hay nada claro. En
medio de la oscuridad […] lo único cierto son las voces de ¡quién va!, los
fogonazos de los disparos y poco más», determina en su completísima obra Vela.
A las cinco de la mañana, y sin más
dilación, varias unidades del ejército español se lanzaron -en el extremo del
flanco izquierdo- a la conquista de una posición que les podía otorgar una
ventaja táctica de gran importancia: el cerro Haza Walona. Con sus mosquetes cargados y una buena
visibilidad tomaron este emplazamiento sin combates y se aprestaron a la
defensa.
Sin embargo, su alegría dura poco, pues,
con la primera luz de la mañana, Dupont ordenó a la brigada suizo-española
(antiguamente al servicio de España y ahora encuadrada a la fuerza en el
ejército francés) asaltar la colina. Por suerte, la tenacidad de los defensores
se hizo patente y consiguieron resistir este primer embiste.
La treta española
Sin más paciencia que agotar, Dupont
organizó a su caballería para que, al galope y colina arriba, tomara el Walona.
En este caso, ni el incesante fuego de mosquete español valió para detener a lo
mejor del ejército imperial, que arrasó a dos batallones españoles a los
que, incluso, arrebató sus estandartes, un hecho muy significativo para la
época.
Pero, a pesar de que los jinetes franceses
podrían haber abierto brecha en la línea española, se retiraron a sus posiciones
azuzados por una curiosa treta de los defensores. «[Una
unidad española] a las órdenes de un teniente mantuvo una frenética actividad
para dar la impresión de contar con un mayor número de efectivos. Sin saberlo,
esta actividad, junto con los agudos toques del trompeta de este destacamento
ejecutando todos los toques reglamentarios, confundió a los jinetes galos»,
añade el autor de «La batalla de Bailén. El águila derrotada».
Cuadro del pintor Ferrer-Dalmau sobre la batalla de Bailén
Mientras, en el centro del campo de
batalla, los franceses formaron columnas para lanzar la que, según creían,
sería la ofensiva definitiva sobre las tropas españolas. «La Brigada Chabert
desplegó en cuatro columnas de ataque […] e inició la contrastada maniobra gala
del choque a la bayoneta en columnas cerradas», señala Vela.
En perfecto orden, los soldados franceses
avanzaron hasta situarse frente a las tropas defensoras. Sin embargo, los galos no contaban ya con parte
de su artillería –la cual había sido destruida por
los cañones españoles desde la lejanía- lo que provocó que fueran tiroteados
sin piedad.
Tras sufrir considerables bajas, la
situación terminó de complicarse para los soldados de Napoleón cuando Reding
ordenó a una parte de la caballería española cargar contra sus filas. La
presión fue demasiada para los experimentados casacas azules, que, sin poder
resistir ni un segundo más, se retiraron manteniendo la formación.
Sin embargo, la inexperiencia de algunas
de las tropas hispanas salió cara a Reding cuando los garrochistas, ávidos de
venganza, no mantuvieron la formación y se lanzaron solos contra varios olivares defendidos por soldados galos. Por
desgracia, los mosquetes franceses no perdonaron este error e hicieron mella en
las filas de los confiados lanceros.
La imprudencia sale cara
Con el espeso polvo surcando el campo de
batalla y el
calor haciendo mella en los soldados, la
situación se recrudeció en el flanco derecho cuando un escuadrón español, fogoso
y ávido de hacer sangrar a tantos soldados franceses como pudiera, se adelantó
demasiado y perdió el apoyo de sus compañeros.
Tras un breve intercambio de disparos con
la infantería gala, la imprudencia de estos españoles les terminó pasando
factura cuando, de improviso, tuvieron que hacer frente nada menos que a una
carga de caballería francesa. Por suerte, y a pesar del gran número de bajas
que sufrió esta unidad, se consiguió mantener la línea gracias al apoyo de
varios regimientos cercanos.
La batalla
de Bailén en el momento del tercer ataque de Dupont
La última carga del águila
Ya al medio día, el sol se convirtió en un
desagradable protagonista para ambos ejércitos cuando la temperatura sobrepasó los 40
grados. En ese momento hicieron su entrada en
batalla cientos de mujeres
del vecino pueblo de Bailén que, arriesgando sus vidas, trasportaron cántaros
de agua entre sus compatriotas.
Abrasados por el calor, extenuados por el
cansancio y temerosos ante la posibilidad de que Castaños atacase su retaguardia,
los franceses organizaron entonces a sus últimas tropas para llevar a cabo un
desesperado asalto contra Bailén. Para ello, además de a las mermadas unidades
de infantería que le quedaban, Dupont llamó también a sus escasas reservas: los marinos de la guardia
imperial.
«Eran en total unos 3.300 hombres desesperados encabezados
por el mismísimo Dupont y su Estado Mayor, que sabían que se les acaba el
tiempo», señala el experto. Conocedores de que necesitaban un milagro para dar un
vuelco a la contienda, los franceses trataron de sacar últimas
fuerzas y plantar cara a sus enemigos.
No obstante, la misión era casi imposible
y las últimas tropas galas fueron pasadas a mosquete por los ávidos españoles. La
última gota de ánimo que aún mantenía vivos a los franceses se acabó cuando Dupont fue herido y casi
derribado de su montura.
Finalmente, la esperanza imperial se
desvaneció cuando vieron aparecer a las tropas de La Peña por su retaguardia.
Rendición
final
Todo había acabado. Sabedor de la
derrota, Dupont
ordenó la rendición y llegó a un acuerdo con los españoles para
que sus tropas fueran repatriadas a Francia (cosa que nunca se llegó a
realizar, pues una gran parte de los soldados imperiales acabaron muriendo
de inanición
en una isla cercana).
Finalmente, Dupont capituló tras una última carga desesperada
De nada valió la llegada en el último
momento de las
tropas de Vedel por la retaguardia española, pues
Dupont ordenó a su subordinado detener el ataque ante el temor de las
represalias sobre los soldados franceses capturados. Había aparecido demasiado
tarde para poder ser determinante y las «inexpertas» tropas españolas se habían hecho con la victoria.
La
capitulación fue, al parecer, demoledora para Napoleón, que nunca antes había
visto a su ejército derrotado en campo abierto. Además,
el hecho de que hubiera sido vencido por una fuerza formada por multitud de
milicianos no ayudó a calmar su ira. Tal fue su enojo que acabó con la carrera de los pocos
oficiales galos que volvieron a Francia.
Una vez acabada la batalla hubo que
recontar las bajas. Por el lado francés sumaban –entre muertos, heridos y
contusos- unos
2.200 soldados (el resto fueron hechos presos). «En
el bando español […] se confirmaron 192 muertos, 656 heridos, 8 contusos y 1.013 extraviados»,
finaliza Vela.
Francisco
Vela, autor de «La batalla de Bailén. El águila derrotada»: «La reacción de
Napoleón fue iracunda»
1) En su libro habla de los múltiples
errores que se produjeron antes de la contienda y que, casi fortuitamente, dieron
la victoria a los españoles. ¿Cómo es posible que dos ejércitos experimentados
cayeran en tantos equívocos estratégicos?
Básicamente, el ejército español no supo
hacer valer su superioridad numérica ni su condición de jugador local en esta
partida, por decirlo de una manera fácil. La parte francesa se aferró a una
misión que perdió su objetivo al rendirse la escuadra francesa de Cádiz y no
supo retirarse a tiempo a posiciones más defendibles como podría haber sido
Sierra Morena en su vertiente manchega a la espera de refuerzos.
Esto les llevó a fraccionar sus ejércitos
en múltiples columnas y destacamentos buscándose unos a otros hasta que al fin
se encontraron en Bailén el 19 de julio, precisamente en el único movimiento de
ambos ejércitos en que no se esperaban encontrar.
2) ¿Cree que si Vedel hubiera llegado
antes en socorro de Dupont podría haberse decantado la batalla del lado
francés?
Sin ninguna duda que habrían vencido. Casi
lo hicieron incluso llegando tarde, con más sentido si lo hubieran hecho tan
solo un par de horas antes, cuando podrían haber cogido a Reding entre dos
fuegos. El ejército español, reducido a tan solo dos divisiones, no disponía de
reservas ni de una fuerza en retaguardia suficientemente potente para frenar a
las tropas de Vedel, como de hecho ocurrió. Su irrupción en la retaguardia
española, mientras ésta hacía frente a uno de los múltiples ataques de Dupont,
habría desbaratado esa defensa.
3) ¿Qué significó para el orgulloso
Napoleón esta derrota?
Es de sobras conocida la reacción iracunda
de Napoleón a la noticia de la derrota, de hecho supuso el final de las
carreras militares de generales, hasta entonces de sobrada reputación, como
Dupont, Vedel, Barbou o Chabert -entre otros-. Además, llevó aparejada la
completa pérdida de un ejército de 22.000 hombres y sus pertrechos de forma
irrecuperable. Algo que nunca antes había ocurrido.
4) ¿Fue esta contienda determinante para
el devenir de la invasión francesa?
Por supuesto. Esta afrenta al orgullo del
emperador le obligó a tomar cartas en el asunto y en apenas tres meses de
estancia en España derrotó a cinco ejércitos españoles y echó al mar a otro
británico. Afortunadamente acontecimientos de índole político y militar en
Europa le instaron a marchar a París delegando el resto de una guerra, que el
ya creía ganada, a un rey impuesto e impopular y a una serie de mariscales
egocéntricos y sobrados que nunca llegaron al entendimiento en aras de un mando
unificado y que hacían la guerra cada uno por su cuenta.
5) ¿Cómo y con qué armas se combatía en
1808?
La infantería, Arma numerosa y sustancial
de estos ejércitos, luchaba en grandes masas compactas donde primaba el número
de bocas de fuego sobre su efectividad real, en pocas palabras, se disparaba al
bulto esperando alcanzar al máximo de enemigos posibles. Esto era así porque,
en ésta época, los fusiles no disponían de ninguna precisión, y si bien las
características de estas armas decían que tenían un alcance efectivo de 100 o
120 metros, el alcance real en la práctica, el que causaba una baja al enemigo,
apenas llegaba a los 50 metros.
Son
muchos los testimonios que nos cuentan como dos formaciones se podían estar
tiroteando a 30 pasos de distancia sin por ello decantar el triunfo sobre uno u
otro bando.
6) En su libro explica pormenorizadamente
todas las unidades que combatieron aquel aciago día, además de los movimientos
concretos de las mismas durante los combates. ¿Cómo le fue posible ser tan
riguroso?
Los documentos están ahí, en los archivos
militares, históricos y municipales. Solo hace falta tiempo, dedicación y una
pasión desenfrenada por nuestra Historia. Es difícil explicar hoy en día la
inusitada excitación que uno siente al tener en sus manos los mismos papeles
que hace 200 años redactaron o firmaron hombres como Castaños, Reding, o el
mismo Dupont. Y por supuesto, disponer de un incontable número de colegas con
los que compartir estos papeles, mostrarles tus descubrimientos o agradecerles
sus aportaciones, que siempre las hay.
7) ¿Cuánto tiempo le llevó recopilar esa
ingente cantidad de información?
El tiempo empleado es sencillamente
irrelevante. De hecho, hoy en día siguen apareciendo documentos que siguen
aportando información. Básicamente este libro de Bailén me llevó unos seis o
siete años. Además no todo es trabajo de biblioteca, también conlleva muchos
viajes, llamadas telefónicas, consultas en internet, paseos a la fotocopiadora,
etc… todo ello cargando dicho esfuerzo a nuestras cansadas espaldas y
escuálidos bolsillos.
8) ¿Cree que actualmente la sociedad le da
un reconocimiento e importancia suficiente a batallas tan importantes para
España como Bailén?
Está claro que no. En una sociedad tan
politizada por un lado como adormecida por otro, la Historia solo interesa a
unos pocos, y esos mismos pocos apenas tienen los mecanismos de difusión
necesarios para hacerlo llegar a la gente. Son muchos los colegas que se ven
abocados al olvido por no haber editoriales que les publiquen, o que apenas
pueden salir de un círculo muy reducido de distribución si deciden publicarlo
por su propia cuenta. El resultado es el mismo, no suelen llegar a la gente de
la calle, y solo en casos muy singulares, como ocurre con Arturo Pérez-Reverte,
se descubre cuanto potencial existe en nuestra sociedad cuando se da de verdad
una oportunidad a nuestra Historia.
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