Oculta bajo las hojas
Reconozco que estaba bien hecha, bien proporcionada, con las curvas apropiadas, como salida de un lugar perfecto.
Las hojas otoñales con los típicos matices de la temporada, amarillos, ocres, marrones, cubrían con un manto perfecto, el lugar donde plácidamente descansaba.
El calor había desaparecido de ella y el manto de hojas la cubría perfectamente, haciéndola invisible al ojo humano, solo un animal con el olfato muy desarrollado, hubiese sido capaz de detectarla.
Sin darme cuenta me acercaba a ella, paso a paso, sin percibirla, a pesar que mis ojos intentaban escrutar entre la hojarasca ocre de aquel gélido y brumoso lugar.
El encuentro fue inesperado, nunca pensé que seria yo el que se topara con ella, pero así ocurrió, de forma casual, pero el encuentro fue total, intenso, no tengo palabras para describir lo que sentí en ese instante, un encontronazo brutal pegajoso como si te adentraras en algo blando, viscoso, maloliente.
Me acorde de mucha gente, que como yo de forma confiada, circula diariamente por las calles, sin pensar que te va a ocurrir un hecho semejante, me acorde y no precisamente de forma agradable.
Sobre todo me acorde del amo del animal, le deseo que a el le ocurra lo que me ocurrió a mi, pero aumentado por diez, o sea, una hermosa mierda de un San Bernardo, recién puesta. Me gustaría que cuando la pisara, le salpicara hasta la boca, para que la disfrute en toda su intensidad.
Tertulias de la Manqueta
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