Román Sanz, toda una
vida en el filo
Actualmente
es el último artesano sastaguino del cuchillo y la navaja que sigue en
activo, y se ha erigido por tanto en mantenedor de la tradición
secular del gremio en esta localidad.
Román Sanz trabaja en Zaragoza. Día
a día se hace 130 kilómetros (ida y vuelta) para mantener el privilegio de
vivir en Sástago,
su pueblo, en donde dedica todo el tiempo que le permite la cotidianidad
laboral a la pasión que le acompaña desde la infancia: manufacturar cuchillos y
navajas. Toda una tradición sastaguina, de la que actualmente es el último
representante en ejercicio.
Román lleva más de medio siglo caminando
con éxito por el filo de la navaja. Además, ha transmitido el gusanillo a sus
hijos. "No todo lo que yo querría –ríe– pero sí, les gusta y ya trastean
un poco. Yo lo hago por vocación, me lo tomo muy en serio, porque
en este oficio nunca se deja de aprender, como pasa con toda la artesanía. Por
suerte, voy teniendo una buena colección gracias a lo que hago en mi taller y a
los intercambios con otros coleccionistas".
"Aquí –aclara Román, en referencia
a Sástago– se aprecia más el cuchillo, por tradición, pero últimamente
hay una afición renovada por la navaja, por ser más práctica en el uso
diario a la hora de almorzar. La diferencia básica es que el cuchillo es una
pieza fija, mango y hoja, mientras que la navaja se pliega. Hay muchos tipos
prohibidos para uso habitual, como las navajas automáticas, las de más de once
centímetros o los cuchillos mariposa, así que lo que tengo de más tamaño es
solamente como ornato o para mostrar en ferias y reuniones de coleccionismo".
Román empezó a tontear con la actividad
a los nueve años; pasaba horas viendo a su abuelo chafar hierros en la
fragua, y en cuanto pudo darle bien al martillo, ya no hubo quien le
parara. Idea, fabrica, restaura, aprende... todo un ciclo de felicidad vital.
A
mano y con mimo
A la hora de trabajar, Román es
exigente en cuanto a materiales, y el proceso que sigue es totalmente
artesanal: martillo, soplete sobre ladrillo, esmerilado, filigrana… no hay nada
fabril en su proceder. "Uso aceros altos en carbono, que se
templan entre 780 y 850 grados, e inoxidables de cromo, que templan a
1.050. Si te pasas de temperatura o tiempo, lo estropeas y pierde
dureza. Las hojas las hago por vaciado, aunque alguna vez sí uso forja. Para
los mangos empleo marfil de dientes de hipopótamo y mamut, que aparece en
ferias y empresas especializadas; una buena madera como el ébano, la encina o
el almendro de secano; el nácar... no me gusta tanto el cuerno de toro o búfalo
porque termina deteriorándose con el tiempo. Para los adornos hay muchas
opciones: la concha tahití, por ejemplo, sale de la perla negra, es
material escaso y caro".
En la colección de Román hay modelos
curiosos. El más llamativo a ojos profanos es, quizá, la navaja de bandolero.
"Las navajas de anilla no se devuelven a la hora de pinchar, son de pelea,
por eso se llaman de bandolero. En esta zona no he restaurado ninguna de este
tipo, pero por Albacete aparecen más. En Sástago hay de pistón, que
también son complejas de cerrar. He restaurado algunas de Valero Jun,
artesano de Zaragoza de mitad del siglo XIX, que hacía trabajos magistrales.
Mucha gente decía que era un intermediario y que sus navajas eran de origen
francés, pero no estoy de acuerdo; las navajas francesas de la época no tenían
la calidad que conseguía Jun con mejores hojas, muelles más recios y acero de
calidad".
Román aprendió del
recientemente fallecido Dionisio Liso, cuya tradición familiar en el gremio se
remonta a 1630. Dionisio tenía una gran ilusión
cuando le sobrevino la muerte: un museo de cuchillos y navajas, con todo el
material acumulado por varias generaciones de los Liso. "Hubiera sido una
gran cosa para el pueblo, pero por desgracia solo pudo empezar a plantearlo. No
sé en qué está ahora la idea ni si será posible retomarla".
El actual defensor de la tradición
cuchillera sastaguina se ha movido mucho por ferias, sobre todo
en Madrid y Albacete,
la cuna del gremio. "Aunque el tema industrial da muy buenas calidades hoy
en día, valoro más a los artesanos. En su día conocí al famoso Antonio
Montejano, que me ha grabado alguna hoja; yo aprecio mucho sus trabajos, y él
los míos. En esas ferias intercambias conocimientos, formas de hacer las cosas,
hay gente veterana que sabe más que los ratones ‘coloraos’. Es un lujo oírles,
compartir ideas y tratar de superarte luego en casa".
Huella
en el olimpo navajero
Román
ha llegado a lo más alto en el gremio, lo que vendría a ser el salón de
la fama NBA de la cuchillería. "Es un orgullo tener dos piezas en
el Museo de la Cuchillería de Albacete, un cuchillo y una navaja. Allí
hay también un abrecartas de Dionisio y otro cuchillo de los Liso, además de
alguna cosa de Valero Jun y un cuchillo de Fortón del siglo XIX".
Román atiende encargos de conocidos:
hace cada pieza a medida, pero siempre deja su sello de originalidad; la gente
se fía del buen gusto que exhibe el artesano, porque pelar una manzana o partir
una longaniza con una Sanz en la mano es cosa fina...
Heraldo de Aragón