Grabado de la Batalla de Empel, en diciembre de 1585, por Frans Hogenberg y Georg Braun
Empel, el misterioso milagro que evitó la masacre de
un tercio español en Holanda
En
1585, las tropas hispanas sitiadas en la isla de Bommel lograron vencer a la muerte
gracias a la repentina congelación de un río. El hecho fue atribuido a la
Inmaculada Concepción
Manuel P. Villatoro
Un golpe de suerte o
una intervención divina. Estas eran las únicas formas de que los miembros del Tercio de
Bobadilla no fueran masacrados
el 8 de diciembre de 1585 mientras defendían el monte de Empel –ubicado en una pequeña isla holandesa–. Harapientos,
sin provisiones y asediados por una infinidad de buques, a los soldados
españoles no les quedó otra solución que rezar pidiendo un milagro, y eso es lo
que obtuvieron. Aquella noche, uno de los ríos limítrofes se congeló permitiendo a los defensores cargar contra el
enemigo y obtener una victoria por la
que nadie hubiera dado medio escudo de oro.
Pero en esa funesta
jornada el ejército español no solo triunfó en combate, sino que también
convirtió a la Inmaculada Concepción en la
patrona de su infantería. Y es que, según cuenta la leyenda, un soldado del
Tercio encontró enterrada una imagen de la virgen pintada en madera el día
previo a la contienda. Al parecer, este hecho llenó de moral a los soldados,
los cuales consideraron el hielo como un regalo divino.
Una
guerra de 80 años
Para llegar a la raíz
del conflicto que llevó a estos españoles hasta la isla de Bommel es necesario
retroceder en el tiempo hasta 1555. En ese año, Carlos I (V de Alemania) legó a su hijo Felipe II el gobierno de España y de los estados que hoy
ocupan en su mayoría los Países Bajos. De
esta forma, el monarca cedía las que durante toda su vida habían sido sus
tierras predilectas para, después de una larga regencia, retirarse de la vida
pública.
Sin embargo, el cambio
de gobierno no agradó demasiado a los habitantes de la región, que vieron en
Felipe a un rey extranjero que no lucharía por sus intereses. «A diferencia de
su padre, Felipe había nacido y se había criado en España, su lengua materna
era portuguesa, y desde 1559 hasta su muerte no pisó los Países Bajos. (…) Los
flamencos se vieron gobernados por extranjeros», afirman Andrés Más Chao y José María Sánchez de Toca en el volumen titulado «La infantería en torno al Siglo de Oro» de la obra conjunta «Historia de la
infantería española».
Finalmente, las
tensiones se hicieron irreconciliables cuando Europa quedó dividida entre los
seguidores del catolicismo y los partidarios
del protestantismo –una
nueva religión muy extendida en la región flamenca–. Sin remedios para evitar
un enfrentamiento latente desde hacía varios años, la contienda se materializó
cuando las provincias de los Países Bajos se unieron contra Felipe II. Como
contrapartida, desde España se inició la movilización de varios Tercios hacia
el territorio para, mediante pica y arcabuz, terminar con las pretensiones de
independencia rebelde. Acababa de iniciarse la «Guerra de los ochenta años».
La
partida hacia el combate
Durante años se
sucedieron centenares de combates en territorio flamenco, los cuales se
cobraron miles de vidas y cubos de sangre española. No obstante, todo pareció
cambiar con la llegada de algunos líderes militares como Alejandro
Farnesio, quien no tuvo
reparos en demostrar la capacidad militar de los tercios en decenas de
contiendas.
Con todo, y a pesar de
las victorias hispanas, a finales del siglo XVI todavía eran una infinidad las
plazas que estaban en poder de los rebeldes y multitud las que pedían auxilio a
los católicos ante la presión enemiga. «Cuando (Farnesio) recuperó Amberes en
el verano de 1585, se sintió en condiciones de acudir a las «Islas de Gelanda y
Holanda», cuyas poblaciones
católicas oprimidas por los rebeldes protestantes le pedían auxilio», señalan
en su obra los expertos.
Una vez tomada la
decisión de atacar a, Alejandro puso al mando de su ejército al Conde Carlos de
Mansfelt, que recibió órdenes
de dirigirse hacia el norte de Brabante (ubicada en el centro de los Países
Bajos) para sofocar las revueltas. A esta fuerza se unió a su vez el Tercio
dirigido por el Maestre de Campo Don Francisco de Bobadilla, un militar con una extensa hoja de servicios.
«Ya todos juntos,
marchó (…) el conde Carlos de Mansfelt con los tres tercios de españoles del
coronel Cristóbal de Mondragon, de D. Francisco de Bobadilla y el de Agustín
Iñíguez, repartidos en sesenta y una banderas y con la compañía de arcabuceros
a caballo de españoles del capitán Juan García de Toledo», explica el
Capitán Alonso Vázquez –contemporáneo
de Bobadilla– en su obra «Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de
Alejandro Farnese».
La toma
de Bommel
El camino de la fuerza
española se detuvo al vislumbrar el río Mosa (el que, con casi 1.000 Km. de
extensión, corta los Países Bajos de este a oeste). «Mansfelt llegó a la orilla
meridional del Mosa, donde hizo
acuartelar el grueso, y mandó a Bobadilla que ocupara la isla de Bommel. Esta isla –el Bommelward– tiene unos 25 Km. de este
a oeste, 9 de anchura máxima de norte a sur, y está formada por los ríos Mosa y
Vaal, que se aproximan mucho al Este de la isla, y están comunicados por brazos
de unión en ambos extremos (…). La comarca es baja, fértil y bien trabajada»,
completan Más y de Toca.
Sin dudarlo, Bobadilla
cruzó el río con casi 4.000 hombres y tomó este minúsculo terreno de escasa
importancia para los rebeldes. A su vez, envió varias patrullas a proteger
los diques de contención construidos
para evitar que el agua anegara la isla. Y es que, si el enemigo tomaba varios
de ellos, podría llegar a inundar Bommel y lanzar sobre los españoles toda la
potencia contenida de los ríos. Con el terreno conquistado, Mansfelt partió
hacia Harpen, a 25 Km. de la isla, dejando al Maestre de Campo al Mando.
Holac
se arma
Por su parte, los
rebeldes no lo dudaron ni un segundo y, aunque la pérdida de la isla de Bommel
no significaba ni mucho menos un golpe de efecto, decidieron armarse para dar,
por fin, una lección a los Tercios hispanos. «(Los rebeldes) juntáronse en
Holanda y Gelanda y armaron y guarnecieron de muy buena infantería más de
doscientos navíos, entre grandes y pequeños, porque viendo las fuerzas
españolas encerradas en la isla de Bommel les creció un ánimo extraordinario de
anegarlos y deshacerlos y quitar de aquella vez el yugo español que tenían
sobre sus hombros», añade en su ya antigua obra Vázquez.
El Tercio de Bobadilla tuvo que retirarse a Empel
cuando la isla quedó inundada
Al mando de la armada
rebelde se distinguía el Conde de Holac, quien, impulsado por el odio a los
españoles, ordenó un ataque masivo desde sus buques. «(A la isla) se arrimaron
los rebeldes con su armada y cortaron dos diques junto a la villa de Bommel; pero el que está entre los lugares de Dril y Rosan,
que es donde Francisco de Bobadilla tenía alojados y repartidos los tres
tercios españoles ya nombrados, no lo pudieron cortar aunque lo intentaron por
muchas y diversas partes. (…) D. Francisco con su experiencia y valor había
repartido las guardias de manera que, aunque los rebeldes acometieran por
cualquier parte, hallaran mucha resistencia», señala el militar.
Comienza
la batalla
A continuación, y sin
ninguna piedad, los rebeldes abrieron los diques que habían conseguido tomar
por la fuerza. Así, en apenas unos minutos, el agua se lanzó sobre los tercios
españoles con más fuerza que una carga de caballería pesada. Bobadilla, casi
sin tiempo de reaccionar, ordenó a sus hombres abandonar el campamento y
dirigirse con la mayor celeridad posible hacia una de las posiciones más
elevadas de la isla: el monte de Empel.
La batalla acababa de
comenzar, al igual que el sufrimiento de los soldados de los Tercios quienes,
totalmente rodeados de buques enemigos y agua, se aprestaron para la defensa
decididos a no regalar su vida sin combatir hasta la muerte. Con todo, los
españoles fueron aquella noche cañoneados con fuego de artillería y mosquetería
rebelde hasta la saciedad, algo que aguantaron estoicamente durante horas.
Sin embargo, con la
llegada de la noche, los decididos miembros de los Tercios devolvieron el fuego
y pusieron en fuga a sus enemigos. Se acababa de ganar una pequeña batalla que
podría haber decidido la guerra si los españoles hubieran sido derrotados. Por
su parte, Holac, asombrado ante la tenacidad de los defensores, decidió retirar
sus barcos del alcance de las armas católicas.
Aunque habían
conseguido acabar momentáneamente con sus enemigos, los infantes españoles
sabían que, aislados como estaban en un pequeño monte, tenían muy pocas
posibilidades de salir con vida. Por ello, y con el conocimiento de que el paso
de los minutos disminuía las posibilidades de escapar con vida de aquella
encerrona, Francisco de Bobadilla ordenó a un soldado atravesar el bloqueo en
una pequeña barca con varias cartas de auxilio. Entre ellas, se podía
distinguir una que tenía como destinario a Mansfelt, el que más cerca se
hallaba del lugar de los hechos.
Mansfelt,
un rescate fallido
Al día siguiente, y a
sabiendas de que el fuego podía acabar fácilmente con ellos, los españoles
trataron de fortificar el monte para, al menos, resistir hasta la llegada de
refuerzos. El socorro llegó el día 6 cuando Mansfelt envió una carta a
Bobadilla proponiéndole un descabellado plan; el Conde planeaba asaltar a la
flota rebelde con unas escasas 50 embarcaciones en un intento de romper el
sitio. Sólo había una remota posibilidad de conseguirlo, pero era la única
opción de salvar a los cercados. Por ello, Bobadilla armó a su vez 9 pleytas –o
barcazas– para reforzar el desesperado ataque.
Los soldados pensaron incluso en suicidarse para
evitar morir ante los rebeldes
«El jueves 5 de
Diciembre por la mañana, llamó
el Maestre de campo D. Francisco de Bobadilla a los Sargentos mayores de los
tres tercios españoles, y les dio orden de que en las nueve pleytas (tres para
cada tercio) embarcasen en cada una diez picas, diez mosqueteros, quince
arcabuceros y dos Capitanes escogidos en cada una», destaca Vázquez.
En las barcazas,
Bobadilla situó a unos 300 militares dispuestos para el combate. «Los Capitanes
y soldados que los sargentos mayores ya habían señalado para este efecto se
confesaron y comulgaron, como siempre que han de pelear lo acostumbra la nación
española, y conformados todos de morir o salir con tan honrada empresa,
estuvieron esperando la orden y hora en que habían de hacer el efecto», añade el
militar español.
No obstante, el asalto
nunca se produjo, pues las tropas enemigas, aprovechando su inmensa
superioridad numérica y armamentística, arrebataron espada en mano varias
posiciones a los defensores. Así, si antes la misión era casi imposible, ahora
se convertía en un suicidio. Hambrientos, vestidos con ropas raídas, empapados
y superados en todos los frentes, los españoles ya no tenían ningún cartucho al
que recurrir. Ahora solo les quedaba morir cómo héroes y dejar una huella
imborrable en la Historia llevándose consigo a todos los rebeldes que pudieran.
El
encuentro con la Virgen
En la mañana del día 7
todo parecía sentenciado para los soldados españoles. Sin embargo, aquella
mañana uno de los miembros del Tercio encontró algo muy especial que, según la
tradición, cambió radicalmente el devenir de los acontecimientos.
«Estando un devoto
soldado español haciendo un hoyo en el dique para resguardarse debajo de la
tierra del mucho aire que hacía y de la artillería que los navíos enemigos
disparaban, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra
saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los
colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Acudieron otros soldados
con grandísima alegría y la llevaron y pusieron en una pared de la iglesia»,
añade Vázquez en su obra.
El hallazgo fue tomado
como una señal divina por los soldados que, después de rezar devotamente a la
Inmaculada Concepción, recuperaron las esperanzas de escapar con vida de
aquella trampa mortal. «El Padre Fray García de Santiesteban hizo luego que
todos los soldados le dijesen un Salve, y lo continuaban muy de ordinario. (…)
Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio
del bien (que por intercesión de la Virgen María) esperaban en su bendito día
(…). Quedaron tan consolados lo sitiados españoles después de haber dicho la
Salve (…) que no sentían tanto el hambre» completa el autor de «Los sucesos de
Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese».
Una
decisión hacia la muerte
Animados como estaban
ahora los miembros del Tercio, Bobadilla tomó la iniciativa y reunió a sus
capitanes para decidir cómo actuar. Concretamente, el Maestre de Campo
pretendía quemar las banderas, desarmar los cañones y, finalmente, lanzarse en
un último y valeroso ataque sobre la armada rebelde hasta derramar la última
gota de sangre por España.
No obstante, también
hubo partidarios de suicidarse. «A todos les pareció bien la honrada determinación
de D. Francisco, aunque algunos Capitanes y soldados (…) dijeron que, en caso
que no tuviese efecto lo que se había acordado, se repartiesen en el dique (…)
y se diesen la batalla matándose unos a otros, porque los rebeldes y enemigos
de Dios no triunfasen sobre ellos. (Pero) D. Francisco mandó que no se diesen
oídos a aquellas temeridades», determina el cronista.
Ese mismo día, Holac
envió a varios emisarios para ofrecer una rendición honrosa a los españoles.
Tuvo una tajante negativa como respuesta. Y es que, los soldados de Bobadilla
lo tenían claro: preferían morir cruelmente en combate rodeados de cientos de
enemigos a capitular. Todo quedó visto para sentencia, a la mañana siguiente
los miembros del Tercio se lanzarían contra los navíos para librar su última
batalla.
El
milagro de Empel
Pero, al amanecer del
8 de diciembre, fiesta de la Purísima Concepción, se produjo un acontecimiento
que los españoles no dudaron en bautizar como «el milagro de Empel»: durante la
El día 8 el agua se congeló de forma inexplicable
noche, un gélido
viento se alzó sobre el río y congeló sus aguas, algo que no había sucedido en
Bommel desde hacía muchos años.
Aquella jornada el
frío se convirtió en un factor militar determinante, pues la inmensa flota rebelde
tuvo que abandonar el asedio y retirar sus buques para evitar que se quedaran
encallados en el hielo. Perplejos por la situación, a los soldados de Holac no
les quedó más que maldecir durante su repliegue. «Cuando los rebeldes iban
pasando con sus navíos río abajo les decían a los españoles, en lengua
castellana, que no era posible sino que Dios fuera español, pues había usado
con ellos un gran milagro», completa el militar en su obra.
El
asalto final
El día 9, Bobadilla
llamó a voz en grito a sus soldados para que tomaran sus picas, mosquetes y
arcabuces, pues era hora de aprovechar su ventaja. Decididos, los miembros del
Tercio montaron en sus barcazas –más manejables que los grandes barcos
rebeldes– y, tras atravesar con ellas el hielo, asaltaron el fortín que el
enemigo había fabricado a orillas del Mosa.
Finalmente, los españoles obtuvieron una victoria
inimaginable gracias a los elementos
No obstante, el
combate ni siquiera se inició, ya que los rebeldes corrieron para salvar su
vida al ver las pleytas hispanas. Con la posición tomada ambos bandos sabían
que la contienda había tocado a su fin pues, aunque se produjera un deshielo,
los buques de Mansfelt pronto llegarían a socorrer al Tercio de Bobadilla. La
batalla había acabado y, para asombro de todos, la victoria pertenecía a los
Tercios españoles.
Después de este
curioso suceso la Inmaculada Concepción fue tomada como la patrona de los
Tercios y, años más tarde, de la Infantería española. Y es que, ya fuera por
intervención divina o no, lo cierto es que gracias a la moral que les dio su
imagen los soldados vivieron para combatir otro día y gritar, un vez más
«¡Santiago y cierra España!».
Sánchez
de Toca y Catalá: «Los holandeses de entonces dijeron que "Dios era
español"»
-¿Qué hay de verdad y qué de leyenda en el milagro de Empel?
-El hecho es
incontrovertible. Los tercios estaban dispuestos al suicidio colectivo -así lo
propuso un capitán-, asediados en un dique por la escuadra holandesa, cuando la
súbita e imprevista helada congeló las aguas. Los holandeses tuvieron que
marcharse a aguas libres bajo el fuego de los tercios. Los holandeses de
entonces dijeron que «Dios era español», y después que fue un insólito concurso
de circunstancias fortuitas. Para españoles e italianos -que los había y muchos-
no cabía duda que era un milagro, asociado a la vigilia de la Inmaculada y al
hallazgo de un cuadro de la Purísima esa misma noche.
-¿Cómo definiría la
actuación de Bobadilla?
-Bobadilla actuó con
serenidad y esperanza, infundió en sus hombres fe en que vendría ayuda del
Cielo. La Sagrada Escritura dice que el miedo no es otra cosa que la falta de
confianza en el auxilio divino, y Bobadilla le supo transmitir esta convicción
a sus hombres, que estaban al borde de soluciones extremas. Un gran jefe y un gran
creyente -con razón-, como se vio.
-¿Por qué las tropas españolas se empeñaron en conquistar Bommel, un territorio de tan poco valor? -No fueron los españoles los que se empeñaron en Bommel, fueron órdenes deMansfelt, quien ya entonces pareció sospechoso porque podría haber aniquilado lomejor del ejército de Felipe en los Países Bajos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario