El Gran Rescate español a Malta que puso fin a uno de
los mayores asedios de la Historia
Durante
cuatro meses la Orden de Malta sufrió el ataque de la poderosa flota turca y de
sus tropas, en su mayoría jenízaros. Tras una defensa numantina, donde el fuerte
de San Elmo congregó la mayor parte de la gesta, los malteses solo recuperaron
el aliento cuando las galeras españolas pudieron romper el bloqueo naval y los
tercios viejos desembarcaron
César Cervera

El Gran
Maestre de la Orden de Malta, Jean Parisot de la Valette, había ordenado a la
pequeña guarnición de San Elmo resistir hasta la muerte sin imaginar que allí
iba a jugarse en parte la supervivencia de su orden de cruzados. Construida en
piedra maciza, esta fortaleza situada frente a la capital se encontraba
defendida por solo 100 caballeros y 500 soldados, la mayoría españoles e
italianos, que recibieron el fuego de piezas de artillería de unas dimensiones
nunca vistas hasta entonces. Cuando la fortaleza ya solo era un
amasijo de escombros defendido por un puñado de hombres, la Orden se dedicó a
sustituir a los muertos y los heridos durante la noche. La impresión de que los
defensores eran seres sobrenaturales caló entre las filas turcas que se pasaron
un mes bombardeando unas ruinas que tosían pólvora de vez en cuando. Su
esfuerzo titánico, entre los muchos que acometieron los malteses frente al
ataque otomano de 1565, permitieron al Imperio español romper meses después el
bloqueo y protagonizar el conocido como «El Gran Rescate de Malta»
Como
narra el historiador Rubén Sáez Abad en «El Gran Asedio Malta, 1565» (HRM
ediciones, 2015), los orígenes de la Orden Hospitalaria de San Juan de
Jerusalén se remontan a 1084, cuando mercaderes de la república de Amalfi
fundaron en Jerusalén un hospital para peregrinos. Tras
participar en las grandes cruzadas en Oriente Medio, la explosión otomana
forzó a los hospitalarios a retroceder hacia Occidente.
En
1310, la Orden se encontraba asentada en la isla de Rodas –que suponía un punto
clave a nivel geoestratégico– desde donde lanzaban ataques piratas contra los
intereses turcos y contra barcos cristianos dedicados a la trata de esclavos.
Su nueva faceta como corsarios provocó un arranque de cólera de Solimán «El
Magnífico», que, al frente de un ejército de 200.000 hombres, sitió Rodas en
1522. Con la retaguardia a poca distancia, Solimán no tuvo excesiva dificultad
en obligar a la Orden a capitular y abandonar la isla. Pero toda esperanza
musulmana de ver desaparecida la Orden se esfumó siete años después cuando
Carlos I de España cedió la isla de Malta a los hospitalarios.
La
Orden de Malta, enemigo Nº 1 de los turcos
El
nuevo enclave de Malta suponía una estocada en el costado del Imperio Otomano
y una
excelente posición geoestratégica. No en vano, los líderes de la orden se
mostraron defraudados con la sede en un principio, puesto que sus recursos y
posibilidades se imaginaban muy lejanos a los de Rodas. Debido al avance
berberisco –encabezado por el mítico pirata Dragut–, las operaciones de la
orden tuvieron que multiplicarse. Entre ellas, la defensa de Pollensa
(Mallorca), que sufrió el ataque de Dragut en 1550. La virulencia turca alcanzó
su cota en 1551. El corsario y el almirante turco Sinán invadieron la isla de
Malta con unos 10.000 hombres. Sopesado como inútil el ataque debido a las
descomunales defensas, Dragut detuvo la acometida y se trasladó a un objetivo
más sencillo: la vecina isla de Gozo, donde bombardeó la ciudadela durante
días.
Finalmente, el gobernador de los Caballeros en
Gozo –Galatian de Sesse– rindió la ciudadela. El corsario turco tomó como
rehenes a casi la totalidad de la población (unos 5.000 habitantes) para
después dirigirse a Trípoli, junto con Sinán Bajá, donde expulsó fácilmente a
la guarnición de caballeros malteses.
El Gran
Maestre de la Orden entonces, Juan de Homedes, vio la amenaza musulmana cada
vez más inminente y ordenó reforzar el Fuerte de San Ángel en Birgu. Además
contruyó dos fuertes nuevos: el de San Miguel, en el promontorio de Senglea, y
el de San Elmo, que sería crucial en el famoso sitio de 1565. Los nuevos
fuertes fueron diseñados
según la traza italiana, que reservaba a la artillería un lugar
predilecto.
España quedó
herida en la isla de Djerba, tras perder a 10.000 soldados
La
hegemonía Otomana vivió su cenit en los siguientes años. En España, Felipe II
se arrojó en vano a la conquista de la isla de Djerba (Túnez), en 1560, con una
flota de 54 naves y 14.000 hombres, entre ellos una amplia representación de la
Orden de Malta. La indecisión de Juan Andrea Doria y el duque de Medinacelli
–cabezas marítimas de la operación– permitió que el almirante Pialí Baja
sorprendiera a la flota imperial. Los otomanos capturaron o hundieron la mitad
de las galeras españolas y, lo que resultó más grave, masacraron a 10.000
soldados que se encontraban atrincherados en tierra. Los 4.000 cristianos
supervivientes – entre
ellos el capitán Lope de Figueroa y el maestre de campo Andrade–
fueron llevados a Estambul.
Para
única ventaja cristiana, desde 1557, Jean Parisot de la Valette –caballero de
la lengua de Provenza– se alzó a la cabeza de la orden. Su coraje y fortaleza
moral serían claves en el largo asedio. No en vano, el Gran Maestre había
calificado en el pasado de indefendible la Isla de Malta y se había
mostrado partidario de trasladarse a Túnez. A principios de
1565, recibió advertencias del ataque, pero Jean de la Valette cometió una
grave falta de previsión al empezar con retraso las medidas defensivas más
elementales: reclutar soldados en Italia, acumular víveres, acelerar los
trabajos de reparación de los fuertes, evacuar a los civiles y llevar a cabo
una estrategia de tierra quemada en Malta y Gozo. La delicada situación
económica de la Orden no permitían realizar tales acciones a la ligera, y solo
cuando la flota enemiga se asomó en el horizonte el 18 de mayo –varios meses
antes de lo previsto– el Gran Maestre se decidió a autorizar las medidas más
extremas.
San
Elmo, la gesta que retrasó la conquista
Comprometidos
en numerosos frentes, el virrey de Sicilia, García de Toledo – línea
secundaria de la Casa de Alba– se limitó a enviar a un millar de
arcabuceros cuando los malteses reclamaron su ayuda. En total, las fuerzas cristianas
sumaban 4.920 soldados: 500 hospitalarios, 400 españoles pertenecientes a las
compañías de Miranda y Juan de la Cerda, 600 italianos, 500 soldados de
galeras, 500 esclavos de galeras, 2.000 milicianos malteses, 200 soldados
griegos y sicilianos, 100 soldados de la comandancia.
Frente
a estas exiguas fuerzas, las huestes otomanas habían reunido una de las mayores
flotas de invasión de la historia moderna: 131 galeras y medio centenar de
barcos de menor calado, cargados con un completo tren de asedio. En lo referido
a las fuerzas terrestres el número oscila, según la fuente, de 25.000 a 40.000
soldados. La
propaganda cristiana elevó la cifra con el fin de resaltar la hazaña, lo cual hace
imposible estimar las cifras reales reunidas por Solimán. De lo poco nítido es
que entre los turcos se incluían 4.000 fanáticos religiosos y 6.000 jenízaros
(la infantería de élite otomana).
Los
otomanos contaban solo con una enorme desventaja: su mando estaba dividido
entre el visir Mustafa Bajá y el almirante Pialí Bajá, que a su vez quedaban
supeditados al
corsario Dragut cuando llegara procedente de Túnez. En la disputa por
seleccionar el primer objetivo se impuso el criterio de Bajá: atacar la
fortaleza de San Elmo antes de centrarse en la ciudad principal.
La
decisión de conquistar San Elmo bajo cualquier circunstancia fue a la postre
una de las principales razones del fracaso turco. Un largo asedio lejos de las
bases principales y con tantas bocas que mantener se vislumbró insostenible a
cada semana que pasaba. «Los dos días estimados por Pialí para tomar San Elmo,
cuando decidió acometerse el sitio, se estaban convirtiendo en una auténtica
pesadilla para los mandos otomanos, que no encontraban la forma de reducir la
resistencia de tan reducido enclave, por muchos medios humanos y materiales que
concentraban en torno a él», explica
Rubén Sáez en «El Gran Asedio Malta, 1565». Finalmente, el día
23 de junio, tras un mes de asedio y 6.000 muertos en las filas turcas se
hicieron con su anhelado objetivo: ¡un amasijo de ruinas! Por el camino quedó
el legendario Dragut, que, empeñado en impedir la llegada de refuerzos, fue
alcanzado en su galera por un proyectil desde San Ángel.
La
capital se salva de forma milagrosa
Incluso
diezmadas, las fuerzas musulmanas seguían resultando aterradoras y durante todo
el tiempo del bombardeo sobre San Elmo no habían aflojado el bloqueo marítimo.
Por ello fue especialmente meritoria la venida amparada en la oscuridad del
capitán español Juan de Cardona al frente de cuatro galeras y 600 soldados, la
mayoría pertenecientes a la élite de los ejércitos españoles: los
tercios españoles.
En la ciudad se empezaban a vivir situaciones de
hambre y podredumbre
La
llegada de Cardona fue la única noticia positiva en esos días. Con los
suministros malteses en caída libre, Mustafá ordenó el primer ataque contra la
ciudad principal el día 15 de julio. Para evitar los errores del asalto a San
Elmo, el visir dividió sus fuerzas en tres grupos. En una operación combinada,
100 pequeñas embarcaciones de desembarco se lanzaron sobre el Gran Puerto,
mientras las fuerzas terrestres atacaron las murallas exteriores de la ciudad.
El ataque fracasó solo por
la determinante actuación de una batería de cañones colocada en un punto clave.
En este
primer asalto directo, los turcos hicieron gala de todo su músculo mientras
entre los cristianos se empezaban a vivir situaciones de hambre extrema. En los
siguientes asaltos, la figura de Jean Parisot de la Valette alcanzaría el
máximo protagonismo a través de sus
encendidas arengas y su enérgica presencia en primera línea
de batalla.
El
segundo asalto llevó al límite la resistencia de los malteses. Tras sufrir un
bombardeo colosal, según una fuente turca se emplearon 130.000 balas de cañón,
los muros de la ciudad a medio derruir recibieron dos ataques simultáneos el 7
de agosto. Con todo a favor de la causa turca y las huestes dentro de la ciudad,
un golpe de suerte en el bando cristiano echó al traste la victoria musulmana.
Así, la batida diaria del jefe de la caballería, Vincenzo Anastagi, se encontró
por casualidad con el hospital principal de los otomanos, que, ante el ataque a
su retaguardia, creyeron vislumbrar el desembarco de refuerzos españoles. No
son gigantes sino molinos debió vociferar el visir al observar el repliegue
turco. Paradójicamente, la
legendaria caballería maltesa, que poco podía aportar en la defensa de
las murallas pero tanta gloria había procurado a la Orden en el pasado, salvó a
la ciudad cuando todo parecía perdido.
Sin
interrumpir en ningún momento el bombardeo, los otomanos emprendieron sendos
asaltos el día 19 y el día 31 de agosto, aprovechando que las lluvias de aquel
día reducían efectividad a los arcabuceros cristianos. La situación dentro de
la ciudad llegó a ser tan desesperada como para que el Consejo de Ancianos –órgano
civil al mando de la ciudad– se retirara al Fuerte de San Ángel. Valette, no
obstante, prefirió mantenerse en su posición, quizá sabedor de que los
pulmones turcos no podían aguantar el aire eternamente.
El Gran
Rescate español: Bazán a la cabeza
A
principios de julio un joven miembro de la Corte del Rey Felipe II se
escabullía por la noche de su residencia en Galapagar para tomar rumbo a
Barcelona, donde una flota española se concentraba para dirigirse a Malta.
Aquel joven era Don Juan
de Austria y,
aunque entonces se le impidió embarcar, pocos años después se encargaría de
encabezar a la madre de todas las flotas enviadas contra el Imperio otomano. Y
es que en Malta comenzó a cambiar el balance de fuerzas en el Mediterráneo o al
menos así lo vio la Europa cristiana, que respondió con furia al grito de
auxilio. García de Toledo planificó con los pobres recursos que disponía una
escuadra de socorro en un tiempo razonable. El esfuerzo era aunar una flota de
galeras, con capacidad de romper el bloqueo, y un grupo terrestre que pudiera
hacer frente a las tropas musulmanas desplegadas.
El
rescate se hizo esperar, pero el día 7 de septiembre se dio el paso
clave. Don
Álvaro de Bazán, otro de los que resultaría clave en
Lepanto, venció la línea de defensa turca con 60 galeras. Embarcada en la flota
de rescate iban tropas del maestre de campo Gonzalo de Bracamonte, procedentes
de Córcega, de Sancho de Londoño, venidas de Lombardía, y las de Álvaro de
Sande, procedentes de Nápoles. El grueso de las fuerzas cristianas lo
conformaba el Tercio de Sicilia, aportado por García de Toledo (por esas fechas
gravemente enfermo de gota). El duque de Florencia y el de Génova también
enviaron varias embarcaciones.
Una
fuerza de 8.000 cristianos desembarcó el día 8 de septiembre en la bahía de San
Pablo. En tierra, las fuerzas españolas formaron rápidamente los temidos
cuadros de los tercios y emprendieron una marcha de tres días. Los turcos
–estimando que se trataba solo de la avanzadilla de un ejército aún mayor–
tocaron retirada. Sin embargo, en el último momento un soldado morisco se pasó
a los turcos y les informó de que seguían en superioridad numérica. Mustafá
suspendió el embarco y se preparó para el combate. Viendo al enemigo
cerca, Álvaro
de Sande –en punta de la vanguardia española– cargó sobre los
turcos que iban a tomar posesión de una colina, con una única compañía de
arcabuceros y sin esperar a ponerse la coraza o a recibir órdenes. Los
desmoralizados turcos se convencieron rápido de que no había otra posibilidad
que huir. El día 12, las últimas galeras turcas abandonaban la isla.
Hasta la conquista de la isla por Napoleón, los
caballeros continuaron con su labor de corso
El
desastre otomano era pleno. La primera gran derrota turca en décadas había
costado cerca de 20.000 bajas, entre ellas la del afamado Dragut, y una grave
pérdida de prestigio. Los reinos cristianos habían recuperado la confianza
militar y no tardaron en recuperar la iniciativa, como demostraron en la
batalla de Lepanto siete años después. Con la incapacidad de conquistar
Malta, el
Imperio Turco puso sobre la mesa sus puntos flacos y Solimán «El
Magnífico» perdió la ocasión de poner el broche de oro a un reinado brillante.
Un año después de los sucesos de Malta, el Sultán turco falleció de una
apoplejía durante la batalla de Szigétvar en Transilvania.
El
artífice de la pertinaz defensa, Jean
Parisot de la Valette, fue recompensado por Felipe II con una
espada y una daga de acero toledano de fornituras de oro y pedrería grabadas
con la leyenda latina «PLVS QVAM VALOR VALETTA VALET» («Más que el mismo valor
vale Valetta»). Desde entonces, la espada y la daga del Valor desfilan cada 8
de septiembre por las calles de La Valeta siguiendo al portaestandarte de Cruz
de Malta.
Hasta
la conquista de la isla por Napoleón, los
caballeros continuaron con su labor de corso. Cada año con menos
recursos, la Orden se fue deshilachando poco a poco y su rol quedó desdibujado
con el tiempo. En la actualidad, sus actividades se limitan a labores benéficas
y a la defensa del patrimonio cultural.
Cinco preguntas a Rubén Sáez Abad
Experto
en técnicas y máquinas de guerra de la Antigüedad, Rubén Sáez ganó el Premio
Nacional de Defensa 2004 en la modalidad de Historia y Geografía militar. Su
última obra «El Gran Asedio Malta, 1565» aborda con precisión matemática la
campaña turca y la maquinaria de asedio empleada por éstos. El historiador
nacido en Teruel responde para ABC sobre las razones de la derrota musulmana.
-San Elmo es señalado como la perdición de
los turcos, ¿existía la posibilidad de pasar de largo y seguir la conquista sin
tomar este punto?
Se
podía perfectamente evitar la toma de San Elmo, que era una fortaleza peligrosa
porque funcionaba como punto artillero. De alejarse de su zona de disparo
habría quedado como un simple espectador en la contienda. Fue uno de los grandes
fallos de los turcos, y el esfuerzo de semanas de asedio a esta posición
resultó un factor determinante en su derrota final. Las tropas turcas pudieron
atacar directamente, como propuso Mustafá, la Capital Vieja Mdina, en el centro
de la isla, y desde allí dirigirse a los fuertes de San Ángel y de San Miguel.
-El enfrentamiento entre Pialí y Mustafa
influyó enormemente en la derrota, ¿cuáles serían las principales causas del
fracaso turco?
Uno de
los mayores errores turcos es que Solimán dejó demasiada autonomía a sus mandos
sobre el terreno. El que hubiera un mando separado hizo imposible en todo
momento que alcanzasen un acuerdo sobre la estrategia. El otro fallo importante
es el mal uso de la fuerza naval. La poderosa flota turca estuvo desaprovechada
durante toda la operación, y no se efectuaron ataques conjuntos entre la fuerza
terrestre y la naval.
-Se ha apuntado que de caer Malta toda
Italia hubiera quedado expuesta, ¿cuál hubiera sido el impacto de la victoria
turca?
Hay que
entender el contexto de la época. El desastre español en Djerba (batalla de Los
Gelves) estaba muy reciente y la situación cristiana era muy precaria. Si los
turcos se hubieran hecho con el archipiélago de Malta, que tiene los mejores
fondeaderos del Mediterráneo, hubiera conseguido una base desde donde asolar
las costas italianas en cuestión de días. Desde Estambul, en cambio, se perdían
varias semanas de navegación. El valor geoestratégico de Malta quedó patente
incluso en la II Guerra Mundial.
-El virrey de Sicilia, García de Toledo,
ha sido tan criticado como elogiado por su reacción (lenta para unos, prudente
para otros) en el envío de refuerzos y la organización del Gran Rescate.
Actuó
con la prudencia necesaria dadas las circunstancias. Es criticado por sus
detractores por tener una reacción lenta, pero hay que entender que el desastre
español en Djerba estaba muy reciente. No quiso arriesgar a otro desastre los
pocos barcos con los que contaba. Y solo autorizó el socorro cuando los medios
navales y terrestres estaban en condiciones de romper el bloqueo que sufría el
archipiélago de Malta.
-
Finalmente se rompe el bloqueo y los tercios castellanos consiguen
desembarcando, tiene lugar un enfrentamiento entre tercios y jenízaros. Las
batallas campales entre ambas fuerzas de élite no fueron muy numerosas, pero
aquí no hubo duda de quién impuso su superioridad.
En la
batalla por Malta los mandos turcos comenten error tras error Desde la elección
del punto del desembarco, el eterno asedio a San Elmo, desaprovechar las
prestaciones de su flota… y finalmente presentar combate a la fuerza de
rescate. Cuando los otomanos se percataron de que la infantería trasladada por
los españoles, cerca de 8.000 soldados, no era tan numerosa como habían pensado
en un primer momento, ordenaron volver a desembarcar a 9.000 soldados, la
mayoría jenízaros, para hacerles frente. Los jenízaros estaban destrozados, con
la moral por los suelos y mal alimentados. Eran un espejismo de las tropas que
habían llegado a Malta meses atrás. En definitiva, los turcos ya habían perdido
el combate antes de que se librara.
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