Monumentos de Aragón desaparecidos
Hace tiempo quería publicar este estudio que encontré mirando por internet cosas sobre Aragón, merece la pena leerlo. Mis felicitaciones al autor del estudio.
No quiero especificar en este escrito todo el arte
desaparecido de Aragón, retablos de escultura y pintura, imaginería, cuadros,
platería, cerámica, objetos transportables en general, cuya relación conocida
es abrumadora, y en algunos aspectos, como las ventas de retablos de pintura
sobre tabla de «primitivos» aragoneses, verdaderamente sonrojante.
Eso, esta en manos de la justicia que dará a cada cual lo
suyo.
Únicamente quiero hacer alusión a la arquitectura de carácter
monumental y de interés artístico excepcional, así como a aquellos elementos
integrados en los monumentos arquitectónicos, tales como techumbres, yeserías y
demás, que han desaparecido a lo largo de los siglos XIX y XX, en algunos casos
en fechas muy próximas.
Conviene precisar, además, que tampoco se va a hacer mención
de los destrozos, mutilaciones o derribos como consecuencia de acciones
violentas, como han sido la guerra de la Independencia, las
guerras carlistas del siglo XIX o la última guerra civil de 1936 a 1939.
Y ello porque, aun con haber sido muy dolorosas las
desapariciones a causa de tales conflictos y especialmente en la ciudad de
Zaragoza con motivo de los sitios durante la guerra de la Independencia, sin
embargo, suele desconocerse que lo destruido durante las mencionadas guerras ha
sido mucho menos cuantioso que lo que casi dos siglos de paz han demolido fría
y premeditadamente, con desprecio por la belleza y la historia y olvidando que
tenemos la obligación de conservar para las generaciones venideras los
monumentos del pasado.
Ni siquiera esta relación puede ser exhaustiva, ya que en
muchos casos carecemos de los estudios locales necesarios para dar las
referencias mínimas objetivas, pero el libro pionero y ejemplar de Juan Antonio
Gaya Nuño sobre los monumentos desaparecidos de la arquitectura española,
editado en 1961, no sólo obliga a referir aquí sus aportaciones
correspondientes a Aragón, sino a plantearse investigaciones particulares en el
futuro para completarlo.
Por otro lado, en lugar de aportar aquí una fría relación de
monumentos desaparecidos, ordenados por localidades, que de ningún modo podría
ser exhaustiva, se ha preferido presentar una exposición cronológica, glosando
los despropósitos más notables.
Destrucciones en el siglo XIX
Son especialmente dos ciudades aragonesas, Zaragoza y
Calatayud, las que alcanzan más triste notoriedad en número y calidad de
monumentos destruidos. Se puede citar como punto de partida la demolición en el
año 1836 del claustro grande del monasterio de jerónimos de Santa Engracia en
Zaragoza, porque es un ejemplo profundamente significativo, ya que la voladura
por los franceses del monasterio de Santa Engracia en la noche del 13 al 14 de
agosto de1808, que afectó fundamentalmente a la iglesia, dio pie a pensar a
muchos escritores e historiadores que el monasterio de Santa Engracia había
sido totalmente destruido en esta fecha de 1808.
Gaya Nuño, primero, y Arturo Ansón, después en un estudio
monográfico de 1978, han puesto de manifiesto este error que subyace en
bastantes monumentos desaparecidos de Zaragoza, para los que se piensa siempre
en la guerra de la
Independencia.
Por ánimo de concisión destacaremos las tres demoliciones
más flagrantes de la segunda mitad del siglo XIX: en 1856, la iglesia del
convento de dominicos de San Pedro Mártir en Calatayud; en 1862, el palacio de La Aljafería de Zaragoza;
y, de nuevo en Zaragoza, por orden de 20-IX-1892 se autorizaba el derribo de la Torre Nueva.
El principal motivo de la demolición de la iglesia de San
Pedro Mártir de Calatayud fue que obstaculizaba el tráfico; Gaya Nuño calificó
el hecho así: «Y todavía hoy estremece esta alcaldada brutal que nos privó de
uno de los más fascinantes monumentos mudéjares de nuestro medievo».
Acostumbrados estaban ya los bilbilitanos a estas
demoliciones, puesto que en 1840 se había derribado la parte alta de la torre
mudéjar de San Pedro de los Francos, con el pretexto de que su inclinación
hacía peligrar la vida de la familia real hospedada en el palacio del barón de
Warsage. Las demoliciones en la ciudad de Calatayud en la segunda mitad del
siglo XIX adquieren un ritmo enloquecido: en el mismo año de 1856 el convento
de la Trinidad,
en 1863 la iglesia parroquial de Santiago, en 1869 las iglesias de San Torcuato
y Santa Lucía, en 1871 la iglesia de San Miguel.
La destrucción del palacio de La Aljafería de Zaragoza en
el año 1862 fue autorizada por el gobierno de Isabel II para instalar un
acuartelamiento de tropas.
Se destrozó el monumento civil más significativo del arte musulmán
en occidente del siglo XI. Gaya Nuño valora así el hecho: «Se eligió el
edificio más precioso y delicado de toda Zaragoza, uno de los más fantásticos
de la España
toda.
¿Por ventura se atreve el lector a imaginar que el desmán se
hubiera cometido en la
Mezquita de Córdoba o en la Alhambra de Granada?
Le rogamos que lo intente, advirtiendo que no era inferior
en méritos a ambas maravillas andaluzas la aragonesa de La Aljafería».
En nuestros días, finalizada la restauración de la Aljafería, el monumento
ha recuperado en parte su pasado esplendor quedando bien entendido que nunca se
logrará del todo, ya que muchos elementos se perdieron entonces
irremediablemente y para siempre. Ésta es, tal vez, la página más sangrante de
este relato demoledor.
En 1892, la
Torre Nueva de Zaragoza, que había sido erigida entre 1504 y
1508, provista de un reloj para la reglamentación de la vida ciudadana, y
auténtico emblema de la ciudad de Zaragoza, bellísima obra mudéjar realizada
por los maestros Juan Gombao, Juan de Sariñena, Iuce de Gali, Ismael Allobar y
maestro Monferriz.
La torre, como es sabido, presentaba una inclinación
considerable, debido al rápido fraguado y secado del mortero en las hiladas de
ladrillo de la parte más expuesta al sol, pero los dictámenes técnicos eran
favorables a su permanencia.
Sin embargo, un comerciante de la plaza de San Felipe hombre
influyente y cacique, bien relacionado con el municipio, que promovió una
amplia corriente de opinión sobre la inminente ruina de la torre, la cual podía
perjudicar su negocio, pudo mucho más que todo el grupo de intelectuales
zaragozanos (Gascón de Gotor, Zapater, Jordán de Urríes, Moneva, Giménez Soler,
etc.) que se opusieron valientemente a su demolición.
Las palabras de Gaya Nuño sentencian, de nuevo, certeramente
los hechos: «Es todo un capítulo de ignominia para la Zaragoza del entonces
haber caído en este lazo de los más ruines y particulares intereses para venir
a odiar como posible asesino a uno de los monumentos más insignes de la
ciudad».
Bien es cierto que en la Zaragoza el siglo XIX, y aún en la actual, han
amenazado siempre más los intereses particulares que posibles monumentos
inclinados.
Así iban desapareciendo a lo largo del siglo xix desde las
mismísimas puertas de la ciudad la de Toledo en 1842, la de Valencia en 1867,
la del Puente o del Ángel y la de Don Sancho en 1868, pasando por los palacios
y casas infanzonas, el de los Torrellas o del Comercio en 1865, hasta las
iglesias, la parroquia de San Lorenzo en 1868 y los conventos, en una ruina
generalizada que con frecuencia se retrotrae equivocadamente a la socorrida
guerra de la
Independencia.
No quedan mejor paradas otras ciudades de Aragón: Alcañiz,
Barbastro, Jaca, Híjar, Huesca, etc. Habrá que estudiar cuidadosamente a través
de la documentación municipal las cronologías precisas. De momento, puede el
lector, con la ayuda de la mejor guía artística de Aragón en el siglo XIX, que
es la obra de José María Quadrado publicada por vez primera en 1844, pasadas ya
la guerra de la
Independencia y la primera guerra carlista, constatar los
monumentos allí estudiados, de los que ya no queda ni el recuerdo ciudadano
generacional.
Destrucciones en el siglo XX:
No cede la ira ni la indignación al continuar el relato de
las destrucciones monumentales en el siglo actual, para el que forzosamente
habrá que prescindir de la cita de monumentos que no sean de un relevante
interés, ya que la nómina aumenta considerablemente.
De nuevo la ciudad de Zaragoza encabeza el relato demoledor,
tanto cronológicamente cono en importancia.
El palacio del banquero de Carlos V, Gabriel Zaporta
conocido como casa Zaporta o casa de la Infanta, por haber sido casa de la esposa del
infante D. Luis de Borbón, tras un incendio no grave sufrido en 1894, estaba en
venta a comienzos de siglo, por necesidades económicas del propietario.
Su destino más sensato, como se propuso por algunos
intelectuales aragoneses, hubiera sido el de Museo Provincial, pero ni el
Estado ni las entidades locales o provinciales mostraron interés; el arquitecto
aragonés Luis de la Figuera
acusaba en 1903: «Por punible incuria y odiosa mezquindad del Estado va a
perderse y a hacerse añicos, vendiéndose a pedazos en pública subasta, uno de
los más bellos ejemplares del arte plateresco español».
No se encontraron
entonces los 29.000 duros que el anticuario parisino Fernand Schultz pagó por
el palacio, y que en 1908 reconstruía en el barrio Voltaire de París.
Posteriormente, como en el caso de La Aljafería, se ha
enmendado en parte tamaño atropello: en el año 1957 la Caja de Ahorros de Zaragoza,
Aragón y Rioja (hoy Ibercaja) volvía a adquirir el patio de la casa Zaporta y
en 1980 quedo instalado, aunque no en su emplazamiento original, en el edificio
central de la entidad recuperadora; quede claro, no obstante, que aquí también
muchos elementos se perdieron definitivamente en 1904 como la caja de escaleras
con su bellísima cúpula de madera.
Peor suerte han corrido otros palacios aragoneses del
renacimiento en la ciudad de Zaragoza, a lo largo del siglo XX; así la casa de
Coloma en el Coso, construida por Juan de la Mica y que sirvió de modelo a la de Miguel D.
Lope, hoy de la Maestranza,
era derribada en 1921, la de Torreflorida, en el n.° 68 de la calle Mayor,
desaparecía en 1942.
Si de los palacios renacentistas zaragozanos se pasa a otros
más modestos de los siglos XVII y XVIII, la relación aumenta bochornosamente.
Parece que en 1981, con la política municipal de adquisición de monumentos para
su destino a usos culturales torreón de Fortea, casa de los Morlanes, palacio
en calle don Juan de Aragón, se comenzó a cerrar afortunadamente un capítulo de
ignominia.
Tampoco ha corrido mejor suerte en el siglo XX la
arquitectura religiosa. Tal vez sea, si no el caso más temprano, sí uno de los
más lamentables, la demolición en el año 1913 de la torre de Santiago en
Daroca.
La ciudad de Daroca había perdido ya con anterioridad
monumentos mudéjares de capital interés como, por ejemplo, la torre octogonal
de San Pedro, del siglo XIV, ya perdida en la primera mitad el siglo XIX.
La demolición de la torre de Santiago, que había sido
declarada monumento nacional el año anterior (!), nos privó de una de las
torres mudéjares más antiguas de Aragón, con profunda influencia almohade, anterior
incluso a la torre de la catedral de Teruel, y muy superior en interés y
calidad a la conservada de Santo Domingo.
En lo concerniente a arquitectura religiosa los desatinos
salpican toda la geografía aragonesa y son de difícil enumeración.
Hay que espigar algunos muy significativos. Así, en 1925 la
iglesia románica de El Bayo era volada para construir una presa sobre el río
Riguel, hacia 1930 se vendía al museo de Boston (USA) la portada de la iglesia
de San Miguel de Uncastillo.
Y los ejemplos de las ciudades de Calatayud y Zaragoza,
mejor conocidos, siguen estremeciendo. Así, Calatayud va perdiendo
paulatinamente todo el complejo del convento e iglesia de San Francisco y hacia
1973, se derriba el convento e iglesia de dominicas, esta última de planta
central circular, de gran interés, obra barroca realizada entre 1616 y 1625 por
los maestros Gaspar de Villaverde y Francisco de Aguirre.
Tampoco la ciudad de Zaragoza va a la zaga, ya en 1908 se
derriba el convento de Santa Fe, monumento que desde el año 1844 se había
destinado a Museo de Bellas Artes; en el año 1918 desaparece la iglesia de
Santiago; hacia 1930, la de San Pedro Nolasco; el mordiente demoledor llega
hasta nuestros días con la desaparición de la iglesia de San Juan y San Pedro
en 1966, o el convento e iglesia de Santa Lucía en 1967.
En otros casos se han vendido partes integrantes de los
monumentos, dejando a un lado el sórdido mercado de las piedras armeras,
conviene aludir a las escandalosas ventas de bellísimas techumbres medievales,
en las que parece haberse especializado la ciudad de Teruel en el primer tercio
del siglo.
El profesor Santiago Sebastián ha estudiado estas techumbres
turolenses emigradas, muchas en colecciones norteamericanas, vendidas por el
conde de Las Almenas; Úrsula Trenta localizó una techumbre turolense, con
artesonado mudéjar y pinturas francogóticas, en la Villa Schifanoia,
entre Fiésole y Florencia (Italia) que había sido comprada por Myron Taylor en
1927 al mencionado conde de Las Almenas.
No se puede cerrar esta negra página de nuestra historia
cultural, sin dejar testimonio de que el problema de la conservación monumental
sigue en pie en la segunda mitad del siglo XX, y esto a pesar de la protección
legal del patrimonio histórico-artístico.
Algunos monumentos, que se salvaron durante la guerra civil
de 1936 a
1939, se han perdido con posterioridad; sirva como ejemplo el estado de ruina
del monasterio de San Victorián, a causa de una equivocada gestión episcopal de
la diócesis de Barbastro, por haberlo vaciado de sus retablos para dotar a
parroquias que los habían perdido, con lo que entra en un proceso de abandono y
ruina total.
El proceso de emigración campesina y de despoblación rural
de las décadas de los años 50 y 60, que afectó a todo Aragón, fue
particularmente importante en la parte oriental de la provincia de Huesca, en
los partidos judiciales de Boltaña y Benabarre (antiguos Sobrarbe y Ribagorza),
donde quedaron totalmente abandonadas más de doscientas localidades, y entrado
en un proceso de ruina irreversible sus iglesias y caserío. Todo ello está
desapareciendo para siempre en nuestros días.
Por último, en los núcleos urbanos, aunque la protección
monumental está garantizada por la firme actuación y aplicación de la
legislación vigente sobre patrimonio artístico, sin que falten escándalos
notables, como en el caso de la capilla Pedro Cerbuna en la antigua Universidad
de Zaragoza, que se dejó hundir tras haber sido declarada monumento
histórico-artístico por decreto de 13-III-1969.
Sin embargo se lucha en la actualidad, con varia fortuna,
para salvaguardar la arquitectura representativa de las últimas generaciones
muy especialmente en los estilos arquitectónicos modernista y racionalista,
antes de que no queden para las generaciones futuras algunas huellas de la
creación artística del siglo XX.
Muchas fortunas se han hecho al amparo de tanta
especulación, demasiados han aprovechado las circunstancias politicas de cada
momento para especular con todo lo que los politicos de turno han permitido a
algunos.
Y el problema sigue , no se ha solucionado los monumentos
que hoy conocemos van desapareciendo para dejar sitio a edificios sin historia
solo con la placa de la fecha en que el politico inauguro la mole.
Lamentablemente, nuestro querido Aragón seguirá siendo
expoliado en su rico patrimonio por curas, monjas, políticos, constructores,
especuladores y gentes de mal vivir. Mientras no aparezca alguna institución
que apoyada por estamentos oficiales impida todas esas circunstancias, con
escarmientos ejemplarizantes, solo así se conseguirá frenar esta política de
despropósitos.
Se me entristece el alma.
Bibliog.:
Gaya Nuño, Juan Antonio: La arquitectura española en sus monumentos
desaparecidos; Madrid, Espasa-Calpe, 1961 (con abundante bibliografía para la
mayoría de los monumentos aragoneses citados). Borrás Gualis, Gonzalo M., y
López Sampedro, Germán: «Monumentos desaparecidos»; cap. 15 de la Guía monumental y artística
de Calatayud, Madrid, M.E.C., 1975 (con abundante bibliografía sobre los
monumentos desaparecidos de Calatayud). Ansón Navarro, Arturo: «El claustro del
Real Monasterio de Santa Engracia de Zaragoza. Ensayo de una metodología de
interpretación de un monumento desaparecido»; Primer Coloquio de Arte Aragonés,
Teruel, 20 y 21-III-1978, pp. 27-51. Beltrán Martínez, Antonio: «Sobre la
desaparecida iglesia de Santa Lucía de Zaragoza»; Zaragoza, XXV, 1967, pp.
131-133. Navascués Palacio, Pedro: «La iglesia mudéjar de San Miguel de
Bubierca (Zaragoza)»; en Al-Andalus, XXXI, 1966, pp. 346-352. San Vicente,
Ángel: Monumentos diplomáticos sobre los edificios fundacionales de la Universidad de
Zaragoza y sus constructores; Zaragoza, Inst. «Fernando el Católico», 1981.
Sebastián, Santiago: «Techos turolenses emigrados»; Teruel, 22, jul.-dic. 1959,
pp. 217-244. Trenta, Úrsula R.: «Estudio sobre un artesonado turolense
existente en Italia»; Teruel, 35, en.-jun. 1966, pp. 101-130.