Caminata por los entornos de
Rueda
Rafael Fernández Tremps
Con gran satisfacción
participé en la caminata del Cister que, con gran éxito, se celebró el pasado
mes de septiembre.
Sirvan estas estrofas de
felicitación y agradecimiento a los miembros de la Junta Directiva de
la Asociación
de Amigos de Rueda que la organizaron, a Marta Híjar, Agente de Seguros MGS,
Áridos Artal, Excavaciones Javier Artal SL y Contratas Híjar SL quienes, con su
espléndida y desinteresada colaboración y patrocinio, han hecho posible la
celebración de dicho evento, a todos los voluntarios que velaron por el buen
desarrollo de la prueba, también a los Ayuntamientos de Escatrón y Sástago, por
su contribución y a los más de setenta participantes , por su asistencia, buena
disposición y entrega, haciendo que la ruta fuera tan exitosa.
Septiembre de dos mil trece:
en Rueda se celebró
una ruta senderista
en su segunda edición.
Y que la Junta de Amigos
del cenobio organizó
con esmero y, con acierto,
del Cister la bautizó.
En su original trazado,
aquel que el año anterior
por la lluvia en temporal
muy cercenado quedó.
Este año peligraba,
de madrugada tronó,
e iniciose el recorrido
con reprimido temor.
Mas, el tiempo amenazante,
a buen aliado cambió:
se agradecieron las nubes,
pues la lluvia no cayó,
el calor nos mitigaron.
Y aun con todo, se sudó.
Y, sumándose a la fiesta,
al final, tuvimos sol.
Comenzaba el recorrido
atacando una ladera
coronada por su ermita,
que sus miserias nos muestra.
Marchamos por monte bajo,
pinos y enebros nos celan,
actualmente repoblado.
Al fondo, una paridera.
Dejando
atrás la majada
torna
el camino en sendero.
Entre
sisallos y espartos,
con
grácil garabateo,
esquivando
va barrancos,
tierras
de labor y cerros
que
muestran enormes rocas
desnudas
mirando al cielo.
El
esqueleto de un más
cuenta
su hastío en silencio.
Por asfalto, entre
cipreses,
nos llegamos a la
ermita
de Montler.
Amenazantes,
de los riscos
desprendidas,
pueblan la abrupta
ladera
enormes rocas
calizas,
que en caprichosas
figuras
transforma la
fantasía.
En su
muela, el santuario
con
gran paz nos recibió.
Asomándose
hacia el Ebro,
excelente
mirador
que muy
rápido pasamos.
Así, el
paraje se obvió.
Una
pena: los paisajes
casi
nadie contempló.
Rápida
baja la senda
a
encontrarse con el río
y
amarradicos prosiguen
vigilados
por los riscos.
Es la
ruta jacobea
que
antaño holló el peregrino.
Nos
acompañan aromas
de
romeros y tomillos.
Los tres quintos
del trayecto
llevamos ya
recorridos
y marchamos de
regreso,
monte arriba, desde
río
a llegar al mirador
en lo alto de los
riscos.
Solo de mirar
asusta,
decían los
afligidos.
Tan
magnífico balcón
pasó
desapercibido:
muchas
prisas, el cansancio…
De
allí, a otear invito
para
contemplar mi pueblo,
no lo
den por conocido,
échenle
imaginación.
Lo vi
ayer como un castillo...
…hoy
tal que un grandioso pez.
Será que así lo imagino:
los tejados sus escamas
Su ojo, la mancha de pinos.
Su gran aleta dorsal,
en lo alto del caserío.
Pectorales y caudal,
remojándose
en el río.
Se
inició el último tramo
con los
tres cuartos cumplidos
por una
pista empedrada
que
hizo el andar más cansino.
Al
rato, el bucle cerrábamos,
el
resto era repetido.
Pronto
avistamos la torre,
hubo un
cierto regocijo…
En un
continuo goteo
fue
llegándose al destino.
Se
cambiaron impresiones
con
conocidos y amigos,
cogimos
la camiseta
comimos
el bocadillo…
tras la
foto de recuerdo
le
dimos el finiquito.
Kilómetros,
dieciséis;
un
acierto su trazada,
pueda
ser que algo exigente
mas,
sin premura, no cansa;
extraordinario
el paraje
con
vistas que mucho agradan,
gran
contraste de colores;
tres
recesos con vituallas,
camiseta
de recuerdo…
¡Hasta
la próxima andada!
Rafael Fernández Tremps.
Octubre 2