Las historias que relatamos en las Tertulias son siempre verdaderas, los nombres que aparecen en ellas son casi siempre ficticios.
A principio de los años setenta, los jóvenes de aquella época nos divertíamos como podíamos, y una forma de divertirse era marchar al río a comer con las novietas, para poder robar algún beso y algún roce, no mucho más.
Bien situaros en el río Ebro, alrededores de Sástago, un grupo de cinco parejas bañándose en el río divirtiéndose, agua a media cintura y de pronto en medio del bullicio a uno de ellos le da por quitarse el bañador y mostrarlo agitándolo al viento.
¡Mirad,........ Me he quitado el bañador!!, ¡estoy en pelotas!
Si antes lo dice antes le quita la prenda el amigo que tenía al lado y sale corriendo hacia la orilla con la distinguida prenda dejando al amigo desnudo dentro del río.
Las tardes en la orilla del río se pueden hacer cortas o largas depende, al principio, el jolgorio era general, todos y todas se mofaban del joven, que desnudo tenía que quedarse en el río con agua hasta la cintura porque su pudor le impedía salir en porretas del agua, con las chicas, incluida su novia, esperando que lo hiciera.
El que le cogió el bañador, que es muy de la broma, siempre lo ha sido, siempre que sea el quien las gaste, bien, pues como decía, el de la broma le acercaba a la orilla el bañador para que el joven pudiera llegar a cogerlo, si salía desnudo del río, pero su pudor lo impedía y lo que hacía era arrastrarse por las piedras de la orilla, diciendo con una sonrisilla cada vez menos alegre.
¡ Que viene el tiburón.........Que viene el tiburón.... y se me comerá la colita!
Cuando se acercaba al bañador, cuando parecía que iba a coger la prenda, el bromista salía disparado y la cogía primero, con lo cual el desnudo tenía que retroceder restregando sus partes nobles por las piedras del lecho del río.
La broma duro toda la tarde, hasta que anocheció y el joven desnudo, metido en el río, tiritando de frío, movió los sentimientos de su novia, que acabo con la broma enfadándose con el que le había quitado el bañador, momento en que le echaron el bañador hacia donde estaba el víctima, con las manos arrugadas y sus partes blandas rojas y arañadas por los restregones contra las piedras del río.
Y así acabo esa tarde de risas y jolgorio, una más entre las muchas tardes, de muchos veranos, en la orilla del río Ebro a su paso por Sástago.
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