Así combatieron y dominaron Europa los temibles
Tercios españoles
Considerados
como los herederos de las legiones romanas, estas unidades se basaban en la
pica y el arcabuz para aplastar brutalmente a sus enemigos
«¡Santiago y cierra España!». Estas fueron
sin duda las últimas palabras que miles de enemigos de nuestro país escucharon
antes de ser masacrados por la que fue la mejor infantería europea durante casi
150 años: los temibles Tercios. Armadas con un arrojo incuestionable y una
lealtad absoluta hacia su rey, estas unidades consideradas por algunos como las
herederas de las legiones romanas acababan con sus adversarios lanzando sobre
ellos un vendaval de plomo y un mar de picas.
En un tiempo en que España necesitaba
defender sus territorios europeos con soldados fiables, los soldados de los
Tercios demostraron de lo que era capaz un militar resuelto y experimentado.
Así, con la Cruz de Borgoña a sus espaldas y una daga en su cinto, estas
unidades se labraron una reputación que, todavía hoy, les hace contar con un
lugar privilegiado en la Historia.
«Los Tercios Españoles eran una perfecta
combinación de las distintas unidades militares de la época, formadas por
veteranos soldados y mandados, la mayoría de las veces, por buenos oficiales.
Además, no se trataba de simples mercenarios a sueldo, eran hombres de honor,
leales a su rey y unidos por una fervorosa fe católica. Todo esto motivaba a
las tropas en el campo de batalla, lo que unido a sus victorias les creó una
gran reputación en toda Europa», señala en declaraciones a ABC Joaquín Blasco
Nácher, presidente de la Asociación Napoleónica Valenciana y
coordinador de recreación histórica de «La fragua de Vulcano».
El
nacimiento del Tercio
Para poner una fecha aproximada a la
creación oficial de los Tercios es necesario retroceder en el tiempo hasta el
SXVI, momento en que cogió las riendas de España Carlos I (V de Alemania). Nieto
de los Reyes Católicos, a este monarca se le planteó la difícil tarea de
mantener a sangre y fuego los territorios que había heredado en Milán, Nápoles
y Sicilia.
Con Francia presionando para arrebatar
estas regiones a Carlos I, al monarca no le quedó más remedio que reorganizar
la infantería española que había en estas comarcas italianas. Así, aprestados para
la defensa, nacieron los tres primeros Tercios: el de Nápoles, el de Sicilia, y
el de Lombardía. Estas pioneras unidades tuvieron desde entonces el honor de
ser conocidas como «Tercios viejos», y cada una contaba con un mando
independiente.
«En mi opinión, Carlos V creó los tercios
para resolver el problema administrativo de gestionar su instrumento militar:
El número siempre creciente de compañías sueltas que necesitaba para defender a
sus vasallos, primero de los franceses y luego contra los turcos», explica en
declaraciones para ABC el general de Infantería e historiador José María Sánchez de Toca y Catalá,
coautor de « Tercios de España. La infantería legendaria».
Los primeros Tercios, los «viejos», fueron
los de Nápoles, Sicilia y Lombardía Sin embargo, como bien señala el experto
español, en la actualidad todavía existen dudas sobre el año concreto en que
los Tercios vieron la luz: «El ¿cuándo nacieron? es la pregunta del millón. Al
parecer existe una especie de instrucción del Tesoro de 1537 que explica cómo
se ha de pagar a cada hombre de los Tercios.
También se dice que una disposición imperial de 1534 redistribuyó las fuerzas españolas destacadas desde antiguo en Italia en tres tercios, uno para el reino de Sicilia, otro para el de Nápoles y otro para el Estado de Milán o ducado de Lombardía, pero la verdad es que esos tres Tercios dejan fuera a Cerdeña, de la que Carlos V era también rey, y que tuvo un Tercio desde el principio. No he visto esa disposición imperial ni conozco a nadie que la haya visto. Probablemente la respuesta esté traspapelada en Simancas».
También se dice que una disposición imperial de 1534 redistribuyó las fuerzas españolas destacadas desde antiguo en Italia en tres tercios, uno para el reino de Sicilia, otro para el de Nápoles y otro para el Estado de Milán o ducado de Lombardía, pero la verdad es que esos tres Tercios dejan fuera a Cerdeña, de la que Carlos V era también rey, y que tuvo un Tercio desde el principio. No he visto esa disposición imperial ni conozco a nadie que la haya visto. Probablemente la respuesta esté traspapelada en Simancas».
Independientemente de la fecha, lo cierto
es que estas tropas pronto demostraron su eficacia militar y administrativa.
«Al crear los Tercios nadie pensaba en una revolución militar, que es una
expresión moderna que se aplica a casi todo. Lo que pasa es que al agrupar
compañías y darles un jefe común y permanente con atribuciones explícitas y
medios para imponer su autoridad, incluido el verdugo, se creó una herramienta
de mando que se reveló eficacísima.
Los Tercios demostraron ser una solución idónea administrativa, organizativa y de mando, y todo el mundo procuró copiarlos. Y a ello, claro, se unió la inmensa eficacia y calidad operativa que demostraron», sentencia Sánchez de Toca.
La táctica perfecta
Los Tercios demostraron ser una solución idónea administrativa, organizativa y de mando, y todo el mundo procuró copiarlos. Y a ello, claro, se unió la inmensa eficacia y calidad operativa que demostraron», sentencia Sánchez de Toca.
La táctica perfecta
El paso del tiempo garantizó la creación
de nuevos Tercios y el perfeccionamiento de las técnicas de combate. Estas,
concretamente, se tomaron del ejército suizo. «Luchaban combinando de forma muy
eficaz las armas blancas (picas, espadas) y las de fuego (arcabuces,
mosquetes), llegando al punto de crear toda una leyenda entre los enemigos de
las Españas como tropas invencibles desde comienzos del siglo XVI hasta
mediados del XVII. Los Tercios utilizaban tácticas muy innovadoras para la
época, heredadas de las que emplearan las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Su
movilidad en el campo de batalla y su capacidad para adaptarse a cualquier
situación no tenía parangón entre sus rivales y todavía se les considera como
uno de los mejores ejércitos de todos los tiempos», finaliza Blasco.
En las primeras filas se situaban los
arcabuceros y mosqueteros Concretamente, la estrategia que hizo a los tercios
ganarse un hueco en el tiempo era sencilla pero efectiva. « Primero
solían abrir fuego los pesados mosquetes,
normalmente a más de 100 metros del enemigo. Posteriormente disparaban los
arcabuces a menor distancia y, a continuación, la gran masa de piqueros que
avanzaban ordenadamente en cuadro formaban una barrera de hierro bajando sus
largas picas apuntando a las tropas atacantes. Eran como gigantescos erizos de
acero, madera y cuero que maniobraban en el campo de batalla de forma aterradora.
Junto a estos escuadrones de piqueros avanzaban por los flancos las “mangas” de arcabuceros, grupos más reducidos de soldados con armas de fuego que se disponían dependiendo de la situación y los movimientos de las tropas», añade el experto.
Junto a estos escuadrones de piqueros avanzaban por los flancos las “mangas” de arcabuceros, grupos más reducidos de soldados con armas de fuego que se disponían dependiendo de la situación y los movimientos de las tropas», añade el experto.
Esta sencilla táctica acabó con las
pretensiones de la esquiva caballería pesada, la cual, a base de armadura y
lanza, solía aplastar sin dificultad a la infantería. La llegada de la pica
terminó con su dominio, pues, si los jinetes trataban de asaltar la formación
enemiga, se encontraban con un muro infranqueable de picas que derribaba sin
esfuerzo a sus monturas.
A su vez, los Tercios solían hacer uso de
una curiosa táctica con la que coger al enemigo desprevenido. «Lo más peligroso
era una práctica muy española, “la encamisada”, en la que un reducido grupo de
los mejores hombres perpetraban incursiones por la noche en campo enemigo,
armados tan solo con espada y daga, sin ninguna protección, ataviados con una
simple camisa blanca (de ahí el nombre) para distinguirse de los contrarios.
Estos ataques puntuales eran muy efectivos, se trataba de sabotear los
campamentos del enemigo, “clavar” los cañones y causar las mayores bajas
posibles», completa el presidente del grupo valenciano.
Cuando los enemigos llegaban, los piqueros
enarbolaban sus armasNo obstante, no todo era combatir cuerpo a cuerpo contra
el enemigo, sino que, según Sánchez de Toca, donde también destacaba el Tercio
era en su disciplina a la hora de llevar a cabo las acciones cotidianas: «Lo
que hay que tener claro es que no todo era batalla; más bien casi nunca era
batalla. Lo normal, lo de todos los días, eran las marchas y las guardias en la
muralla o la estacada. Las operaciones más comunes eran la exploración, las
emboscadas y las sorpresas. Las batallas, que hoy nos parecen abundantes, es
que se produjeron y salpicaron la Historia a lo largo de 170 años, pero eran
cosa excepcional. El Duque de Alba dejó claro que no debía aceptarse batalla
que no se estuviera cierto de ganar, una enseñanza que nos hubiera venido bien
en la Guerra de la Independencia».
Con todo, si por algo se hicieron famosos
los Tercios fue por su arma básica, la pica, una extensa lanza de entre cuatro
y seis metros con la que se detenía el avance de la caballería y se atacaba a
los soldados enemigos que combatían a pie. «Los piqueros se distribuían en
picas “armadas”, que ocupaban las primeras filas y llevaban más protección
(casco, peto y falderas de metal) -generalmente veteranos-, y las picas “secas”,
los de las filas del fondo, peor ataviados, con poca protección y menor
experiencia en combate», añade el presidente de la Asociación Napoleónica
Valenciana.
Como no podía ser de otra forma, la vida
del piquero era de las más sufridas de la compañía, sobre todo si era un
«soldado bisoño» (un nuevo recluta). Y es que, cuando un «afortunado» entraba a
formar parte de un Tercio, y a menos que tuviera experiencia con armas de
fuego, recibía un escaso adelanto de su sueldo para comprar la pica. A continuación,
y si no contaba con dinero para adquirir la media armadura y el morrión –el
casco característico de estas unidades-, era nombrado «pica seca».
Pero, independientemente del grado que
tuviera cada integrante de la compañía, todos los soldados estaban orgullosos
de pertenecer al Tercio y poder combatir y sangrar por su rey. «El soldado de
los Tercios era admirado y temido. Y lo sabía. También eran engreídos y
pendencieros y a la menor ocasión solían echar mano del acero para “aclarar”
sus diferencias. En esto también eran muy respetados en toda Europa, la
“destreza española” con la espada ropera y la daga de mano izquierda era bien
conocida», añade Blasco.
Última
defensa
Los combatientes también contaban con una
amplia selección de armas blancas con las que, llegado el momento, defenderse
en un combate a corta distancia si la formación de picas flaqueaba. «Todo
soldado dominaba el combate individual con espada y daga. Querría llamar la
atención sobre la daga, la segunda arma blanca que portaban los españoles y que
era muy resolutiva. Esta palabra, "resolutiva", es la que usó un
coronel finlandés para hablarme del puuko, su cuchillo nacional equivalente a
la daga», completa, por su parte, Sánchez de Toca.
La daga era una de las armas que, a pesar
de su tamaño, daban ventaja a los españoles durante el combate. Concretamente,
y como bien se explica en la sección dedicada a los Tercios del Museo del Ejército
ubicado en el Alcázar de Toledo, este pequeño cuchillo solía usarse en
combinación con la espada, buscando, en primer lugar, detener las acometidas
del enemigo y, en segundo término, atacar el costado del contrario.
Armas
desechadas
A su vez, y durante algunos periodos de la
historia, los Tercios hicieron uso de todo tipo de armas para el combate cuerpo
a cuerpo. «Dependiendo de la época, sobre todo en el siglo XVI había unidades
de rodeleros, armados con espada de punta y corte y rodela (escudo pequeño de
metal), protegidos por medio arnés (armadura completa de la parte superior del
cuerpo). Los rodeleros españoles eran temibles en los choques y podían combatir
entre las filas de piqueros, así como los “doblesueldos”, que usaban el
“montante”, una gran espada con la que abrían brechas en las líneas enemigas,
pero esta arma solo se usó a comienzos del XVI y posteriormente parece que su
uso era ornamental y en desfiles», añade Blasco.
Al final, el paso del tiempo acabó con
estas unidades. «Hay que tener en cuenta que los Tercios ocupan casi dos siglos
de la historia de España por lo que su estructura y armamento varió
notablemente desde su creación en 1534 hasta su conversión en regimientos en
1704. En sus primeros tiempos todavía se usaban ballestas, espadas y rodelas,
pero poco a poco fue evolucionando su estructura debido a las mejoras de las
armas de fuego», sentencia el experto.
Vendaval
de plomo
En último lugar, para atacar a los
enemigos a distancia y cubrir los flancos de los piqueros se encontraban dos
tipos de soldados. «Los que portaban armas de fuego se dividían en mosqueteros
-con armas de 7 a 12 kilos tan pesadas que necesitaban una horquilla en la que
apoyarse- y arcabuceros, con arma más ligera, de unos 5 kilos, que se podía
disparar desde el hombro sin horquilla. Para las armas de fuego se usaban 12
cargas de pólvora en tubos de madera unidos a un correaje, que popularmente se
denominaban “los doce apóstoles”», destaca el presidente de la Asociación
Napoleónica Valenciana.
No obstante, la diferencia, como apunta
por su parte Sánchez de Toca, se fue desvaneciendo con el paso del tiempo:
«Entre arcabuceros y mosqueteros hubo diferencia sobre todo al principio,
cuando hacia 1567 el duque de Alba bajó a las compañías los mosquetes, un arma
grande y pesada que hasta entonces solo se había usado en defensiva y desde las
murallas. Pero al correr del tiempo esta diferencia se desdibujó: los
arcabuceros, que eran la infantería ligera y a pie, se montaron a caballo, y
los mosqueteros (a los que Alba llamaba "guarnición") bajaron de la
muralla para luchar a pie con las compañías».
Un
ejército sin uniforme
En cuanto a la vestimenta, los Tercios no
se caracterizaron en su primera etapa por contar con un uniforme concreto. En
la práctica, cada soldado hacía gala de los ropajes que buenamente podía
conseguir y, únicamente después de saquear una ciudad o recibir la paga,
adquirían algún elemento para adornar su indumentaria.
En la primera etapa, los Tercios sólo
disponían de un distintivo rojo. Así, la única similitud al vestir era que los
piqueros no solían hacer uso de la casaca mientras que, por su parte, los
mosqueteros sustituían los pesados morriones y cascos por sombreros de ala
ancha. Sin duda, no hacían gala de un fino gusto al vestir, pero no necesitaban
caros ropajes para acabar con los enemigos de España.
A su vez, y según se explica en el Museo
del Ejército, una de las pocas distinciones que llevaban los soldados para
diferenciarse del enemigo era una pequeña banda roja en el brazo, color que
también solían utilizar los piqueros para forrar el asta de sus armas. Este
atuendo se mantuvo aproximadamente hasta el SXVII, momento en el que se
reglamentó un color para las casacas de algunos Tercios.
Pero de nada valieron las innumerables
victorias de los Tercios, pues crueles reveses como Rocroi y la falta de dinero
acabaron condenando a estas unidades. «La muerte de los Tercios tiene fecha:
Murieron a manos de Felipe V, que los disolvió y convirtió en regimientos que
tenían a los capitanes "menos sueltos" más controlados por un mando
más centralizado. En mi opinión, la sustitución no se debió tanto a mimetismo
francés, espíritu racionalizador y centralizador, como al intento de acabar con
las "plazas muertas", un arte que andando el tiempo los generales de
Napoleón llevarían a cimas excelsas», destaca, en este caso, el militar
español.
«Los soldados de los Tercios echaban mano
del acero para “aclarar” diferencias» Sin embargo, si bien desaparecieron como
tal, hoy en día perduran en la memoria popular gracias a las múltiples hazañas
que protagonizaron a base de pica y arcabuz. «Aunque los Tercios murieron en
cuanto solución temporal -y muchísimo tiempo exitosa- para un problema
administrativo y táctico, su espíritu sobrevivió y perdura hasta nuestros días
en los bellísimos versos de Calderón y en las fórmulas de las Ordenanzas de
Carlos III y del primer borrador de las Ordenanzas de Juan Carlos I. Los
espíritus del Credo Legionario o la Oración de los paracaidistas son retoños
actuales del viejo espíritu de los Tercios», sentencia el experto.
«Los Tercios fueron durante casi dos
siglos el nervio de la Monarquía Católica, sólo el 8% de su ejército, pero el
núcleo insustituible que resolvía la papeleta y daba la victoria. Y eso es
mucho para una nación despoblada que en aquellos siglos se impuso al mundo y
mantuvo en paz América, un continente entero, cuando más, con menos de 4.000
soldados. Los Tercios fueron un prodigio de eficacia organizativa. Los
españoles de entonces no lo hacían tan mal: Al contrario, lo hacían
estupendamente bien», sentencia Sánchez de Toca.
ABC Historia
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