Acequia Imperial de Aragón
Acequia de riego, precursora del Canal Imperial de Aragón, que fue construida a
principios del siglo XVI con el propósito de mejorar y extender los riegos de
la huerta meridional de Zaragoza. La ciudad, usando de un privilegio que le
había sido concedido por Pedro IV en 1339, intentó construirla en 1496 y en
1510; sin embargo la obra no se inició hasta 1529, cuando Carlos I (el
emperador Carlos V), a solicitud del concejo de Zaragoza y probablemente por
motivos políticos, tomó a su cargo la empresa. Los primeros proyectos la
hicieron nacer cerca de Gallur, pero el agua no alcanzaba nivel suficiente para
regar todo el campo zaragozano; por eso el proyecto definitivo, concebido y
realizado por Gil de Morlanes, situó la embocadura cerca de Fontellas, en el
paraje denominado El Bocal, con lo cual la acequia regó territorio navarro.
Esto originó problemas de jurisdicción ya que Navarra era, como Aragón, reino
soberano.
La
empresa fue planteada en una época de expansión económica; pero problemas
técnicos y el elevado coste de las obras, que había hecho necesario el apoyo de
la Corona, impidieron que llegara a su fin. Los trabajos principales llevaron
diez años y en ellos se construyó el azud, un edificio con la residencia del
gobernador de la Acequia y las compuertas para el agua (el hoy llamado «Palacio
de Carlos V»), y parte del cauce. Éste tenía un trazado muy desigual y graves
defectos de nivelación; ello y lo costoso de las limpias y desbroces, que no
siempre se hacían, impidieron que fluyera el caudal previsto. La acequia sólo
regó regularmente hasta Gallur; Luceni y Boquiñeni recibían en ocasiones aguas
coderas o sobrantes. Para pasar el Jalón estaba previsto un sifón de sillería
que no fue construido hasta la segunda mitad de siglo y funcionó poco tiempo, y
únicamente esos años el riego pudo llegar hasta los llanos de Pinseque y
Garrapinillos.
En el siglo xvii se renunció a continuarla; eran ya tiempos de
crisis y los esfuerzos se limitaron a mantenerla en servicio hasta el Jalón para
verter allí el caudal sobrante y aprovecharlo por las acequias inferiores,
especialmente la de Almozara. No obstante, la obra nunca se consideró concluida
y a veces surgieron proyectos de continuarla como el de Domingo de Uzenda y
Mansfeld (1654) que intentaba llevar el agua hasta La Zaida (Z.). En el siglo
XVIII y dentro ya de una nueva etapa de expansión económica, la Acequia pudo
cumplir al fin el sueño de los agricultores zaragozanos. En 1722 una avenida
del Ebro destrozó el azud y dejó sin agua a los pueblos más de doce años, pero
a raíz de su reparacion la empresa se vio englobada en un viejo proyecto
aragonés mucho más ambicioso: hacer navegable el curso del Ebro. Dentro de este
plan la vieja acequia fue retrazada como canal de riego y navegación; tras
algunos proyectos previos (Lana y Rodolfi, 1738-1739; Witte, 1757) en 1768 se
iniciaron las nuevas obras y en 1770 sus bienes fueron trasferidos a la Compañía
de Badín concesionaria de la construcción y explotación del ya Canal Imperial
de Aragón. El agua llegó a Zaragoza en 1784.
La
Acequia era del rey, no del reino, y como tal fue administrada por la Junta del
Real Patrimonio que estaba presidida por el gobernador de Aragón y dependía
directamente del Consejo de Aragón. Su administración y explotación fue a veces
arrendada a particulares. Al frente de la misma estaba el gobernador y juez de
aguas de la Acequia: era siempre un caballero aragonés y al comenzar su mandato
había de recibir del Consejo de Navarra potestad expresa para ejercer la
jurisdicción en aquel reino. Otros cargos importantes eran el de escribano de
raciones (encargado del control de los gastos y del reparto y mesuración de las
cosechas) y el de alcaide de El Bocal; éste último recaía siempre en un
caballero navarro para compensar el predominio de los aragoneses en la
administración de la Acequia. Los oficios principales fueron con gran
frecuencia hereditarios. La construcción de la obra fue costeada por la Corona
a través de la Tesorería General de Aragón, pero también los pueblos regantes
aportaron cantidades diversas. Zaragoza, la principal interesada, dio y prestó
dinero en varias ocasiones para su prosecución y conservación.
La
distribución del riego se regía por unas ordenanzas promulgadas en 1540. Las
tierras producían principalmente trigo, cebada, avena y otros frutos y pagaban
por el agua una contribución en especie que suponía, según los lugares y el
producto, de un 10 a un 19,35 % de lo cosechado. El riego permitió roturar
algunas tierras incultas, que fueron repartidas entre los campesinos, y sobre
todo aseguró las cosechas en los años de sequía, paliando así el hambre. La
nobleza navarra y aragonesa poseía casi todos los pueblos que recibieron el
agua y puso bastantes obstáculos a la obra, pero luego se vio beneficiada ya que
las rentas que percibía en los mismos aumentaron. La misma actitud tuvo la
Iglesia, que hubo de repartir con el rey los diezmos que recaudaba de estas
tierras. Este reparto fue un importante precedente jurídico para todas las
demás obras de riego emprendidas por la monarquía española en los siglos
siguientes.
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Bibliog.: Fernández Marco, J. I.: El Canal Imperial de Aragón. Estudio
geográfico; Junta del Canal Imperial de Aragón, Zaragoza, 1961. Pérez Sarrión,
G.: El Canal Imperial y la navegación hasta 1812; Institución Fernando el
Católico, Zaragoza, 1975. Bolea Foradada, J. A.: Los riegos de Aragón;
Sindicato Central de Riegos del Alto Aragón, Zaragoza, 1978.
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