7 de mayo de 2011

El Dos de Mayo

EL DOS DE MAYO Juan Nicasio Gallego
Noche, lóbrega noche, eterno asilo del miserable que esquivando el sueño profundas penas en silencio gime, no desdeñes mi voz; letal beleño presta a mis sienes, y en tu horror sublime empapada la ardiente fantasía, dá a mi pincel fatídicos colores, con que el tremendo día trace el fulgor de vengadora tea, el odio irrite de la patria mía. Y escándalo y terror al orbe sea.

¡Día de execración! La destructora mano del tiempo le arrojó al averno: Mas ¿quién el sempiterno clamor con que los ecos importuna la madre España en enlutado arreo podrá atajar? Junto al sepulcro frío, al pálido lucir de opaca luna, Entre cipreses fúnebre la veo: Trémula, yerta, y desceñido el manto, los ojos moribundos al cielo vuelve que le oculta el llanto: Roto y sin brillo el cetro de dos mundos yace entre el polvo, y el león guerrero lanza a sus pies rugido lastimero.

¡Ay! que cual débil planta que agosta en su furor hórrido viento, de víctimas sin cuento Lloró la destrucción mantua afligida! Yo vi, yo vi su juventud florida correr inerme al huésped ominoso. Mas ¿qué su generoso esfuerzo pudo? El pérfido caudillo, en quien su honor y su defensa fía, la condenó ll cuchillo. ¿Quién ¡ay! La alevosía, la horrible asolación habrá quien cuente. Que hollando de amistad los santos fueros, hizo furioso en la indefensa gente ese tropel de tigres carniceros?

Por las henchidas calles gritando se despeña la infame turba que abrigó en su seno. Rueda allá rechinando la cureña, acá retumba el espantoso trueno, allí el joven lozano, el mendigo infeliz, el venerable sacerdote pacífico, el anciano que con su arada faz respeto imprime, juntos amarra en su dogal tirano. en balde, en balde gime de los duros satélites en torno la triste madre, la aflijida esposa, con doliente clamor: la pavorosa fatal descarga suena, que a luto y llanto eterno las condena.

¡Cuánta escena de muerte! ¡Cuánto estrago! ¡Cuántos ayes doquier! Despavorido mirad ese infelice quejarse al adalid empedernido de otra cuadrilla atroz. ¡Ah! «¿Qué te hice?, Exclama el triste en lágrimas deshecho: Mi pan y mi mansión partí contigo; te abrí mis brazos, te cedí mi lecho, templé tu sed y me llamé tu amigo. ¿Y ora pagar podrás nuestro hospedaje sincero, franco, sin doblez ni engaño, con dura muerte y con indigno ultraje?» ¡Perdido suplicar! ¡inútil ruego! El monstruo infame a sus ministros mira, y con tremenda voz gritando ¡fuego!, Tinto en su sangre el infeliz expira.

Y en tanto, ¿dónde se esconden?, Donde están, oh cara patria, tus soldados, que a tu clamor de muerte no responde? Presos, encarcelados por jefes sin honor que, haciendo alarde de su perfidia y dolor,

A merced de los vándalos te dejan, como entre hierros el león, forcejean con inútil afán... Vosotros sólo Fuerte Daoiz, intrépido Velarde, que osando resistir al gran torrente, dar supisteis en flor la dulce vida con firme pecho y con serena frente. Si de mi libre musa jamás el eco adormeció a tiranos, Ni vil lisonja emponzoñó su aliento, allá del alto asiento a que la acción magnánima os eleva, el himno oíd que a vuestro nombre entona, mientras la fama aligera le lleva del mar del hielo a la abrasada zona.

Mas ¡ay! Que en tanto sus funestas alas por la opresa metrópoli tendiendo, la yerma asolación sus plazas cubre! y al áspero silbar de ardientes balas, y al ronco son de los preñados bronces, nuevo fragor y estrépito sucede. ¿Oís como rompiendo de moradores tímidos las puertas, caen estallando de los fuertes goznes? ¡Con qué espantoso estruendo los dueños buscan que medrosos huyen! Cuanto encuentran destruyen bramando los atroces forajidos, que el robo infame y la matanza ciegan. ¿No veis cual se despliegan penetrando en los hondos aposentos, de sangre y oro y lágrimas sedientos?

Rompen, talan, destrozan cuanto se ofrece a su sangrienta espada. Aquí matando al dueño se alborozan, hieren allí su esposa acongojada; La familia asolada yace expirando, y con feroz sonrisa sorben voraces el fatal tesoro. Mustio el dulce carmín de su mejilla Y en su frente marchita la azucena, con voz turbada y anhelante lloro de su verdugo ante los pies se humilla tímida virgen de amargura llena;
Mas con furor de hiena, alzando el corvo alfanje damasquino, hiende su cuello el bárbaro asesino

¡Horrible atrocidad!... ¡Treguas, oh Musa, que ya la voz rehúsa, embargada en suspiros mi garganta! Y en ignominia tanta, ¿Será que rinda el español bizarro la indómita cerviz a la cadena? No; que ya en torno suena de palas fiera el sangriento carro, y el látigo estallante Los caballos flamígeros hostiga. Ya el duro peto y el arnés brillante visten los fuertes hijos de Pelayo. Fuego arrojó su ruginoso acero: ¡Venganza y guerra!, resonó en su tumba; ¡Venganza y guerra!, repitió Moncayo, Y al grito heroico que los aires zumba, ¡Venganza y guerra!, claman Turia y Duero. Guadalquivir guerrero alza al bélico sol la regia frente, Y del patrón valiente Blandiendo activo la nudosa lanza, Corre gritando al mar: ¡Guerra y venganza!

Vosotras, oh infelices sombras de aquellos que la fiel cuchilla robó a sus lares, y en fugaz gemido cruzáis los anchos campos de Castilla, la heroica España, en tanto que al bandido que a fuego y sangre, de insolencia ciego, brindó felicidad , a sangre y fuego Le retribuye el don, sabrá piadosa daros solemne y noble monumento. Allí, en padrón cruento de oprobio y mengua, que perpetuo dure, la vil traición del déspota se lea; Y altar eterno sea donde todo español al monstruo jure rencor de muerte que en sus venas cunda, y a cien generaciones se difunda.


http://www.1808-1814.org/poesia/2mayopoe.html

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