14 de octubre de 2010

Luis contra el Terror

Horario laboral. Una jornada apática, de vuelta de fiestas del Pilar.

En mecanización inician una orden de fabricación que lleva tiempo retrasada y que quiero auditar, ya que en la anterior se mecanizó mal.

Entro al laboratorio donde tenemos la máquina de medir tridimensional, enciendo el ordenador y la consola de datos y abro la llave del aire.

Por el rabillo del ojo veo algo en el suelo. Miro y es un gran gusano rosáceo, de unos tres centímetros de largo al menos, arrastrándose por el suelo verde del laboratorio. Pego un salto y una punzada atraviesa mi estómago, a la vez que suelto un pequeño grito.

Por motivos no conocidos, tengo, digamos, cierto temor a los insectos. Cuando los veo, algo primario se acciona dentro de mí, provocando una sensación de desasosiego mayor que cuando veo a Aznar en televisión.

No a todos, el otro día estaba en el baño, con lo pantalones por los tobillos, y había una polilla revoloteando las bombillas. Sentí una leve inquietud, pero nada más, pude acabar mis quehaceres sin mayor inconveniente. Mayor desamparo e indefensión que estar con los pantalones bajados seguro que hay, pero ahora no se me ocurre.

Las moscas tampoco me dan miedo, puedo verlas posadas en mi brazo en mi pierna sin perturbarme. De hecho, me encanta cazarlas con la mano, por el mero hecho de poder hacerlo.

Volviendo al laboratorio, ahí esta, reptando sinuosamente por el suelo, con dirección desconocida. Me siento en la silla e inicio el programa de medición. Lo ejecuto, y el palpador empieza a medir la pieza.

No me siento a gusto, incluso siento cierta ansiedad en la boca del estómago. Me giro y vuelvo a verlo. Habrá recorrido unos cinco (¿?) centímetros como mucho, pero a mi me da la impresión de que está demasiado cerca. Algo me impele a salir del laboratorio, pero luego ¿qué?. No puedo ir a mis compañeros a decirles que por favor, maten al invertebrado.

Está claro, tengo que deshacerme de él por mí mismo. Con valor y arrojo. Pero, ¿cómo hacerlo? La sola idea de pisarlo me apabulla, me paraliza, me llena de algo parecido a asco, simplemente imaginando su cuerpo destrozado manchando la suela de mi zapato.

Hace tiempo, estando en las instalaciones de la Muela, me ocurrió algo similar, con un primo lejano de este. Aquel, todavía era más asqueroso ya que, si bien este aterrador centípedo rosa tiene formas de típico gusano, aquel de la muela estaba lleno de antenas y patas, como si fuese un ser de otro universo o de una dimensión alternativa en las que los insectos han evolucionado de una manera distinta. En aquel caso, un chorro de disolvente sobre el monstruo intergaláctico solucionó, y de manera rápida, nuestro encuentro.

Esta vez, no tengo disolvente a mano, así que echo mano del alcohol metílico que tenemos para limpiar la máquina. Abro el bote mientras me acerco con sigilo al bicho. Desde una distancia de un metro, alargando el brazo al máximo hacia la dirección del gusano, vierto un poco de alcohol hacia él.

Casi puedo sentir su agonía. Empieza retorcerse, girando sobre si mismo. Si tuviese cuerdas vocales, sus gritos serían espeluznantes. La parte del gusano que toca el suelo, abandona su color primigenio para pasar a ser negra, debido al contacto abrasador del alcohol. Pobrecillo, como intenta levantarse, alzando su cabeza al aire, buscando desesperadamente la salvación, intentando escapar del contacto asesino del líquido caído de no sabe donde.

Me vuelvo a sentar en la silla, con un torbellino de emociones atravesándome. Alguna de pena, por asesinar a sangre fría al insecto, y otras de profundo asco por el espectáculo dantesco y perturbador que el gusano ofrecía en su sufrimiento. Empiezo a verificar la medición y con remordimientos echo la vista atrás.

Todavía está moviéndose, aunque más lento, con menos energía. Las fuerzas lo están abandonando poco a poco. Me siento terriblemente culpable, la agonía del gusano está siendo demasiado larga, o al menos a mi me parece casi una eternidad. Cojo un poco de papel del rollo, lo arrugo y lo dejo caer sobre él. La adrenalina fluye por mis venas. Acto seguido, doy un fuerte pisotón sobre el papel. Respiro hondo, lo cojo con la mano y rápidamente lo arrojo a la basura.

Me dejo caer en la silla, aliviado por el fin de tan terribles sucesos y casi sin querer esbozo una sonrisa, pensando en lo patético de la situación. Un gusano, un pequeño gusano rosa, me ha hecho pasar un rato de vértigo. Qué curiosas son las fobias, y qué putas.

Luis Val

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